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melancolía andaluza

Juan Manuel Moreno Bonilla, con el president de la Generalitat, Ximo Puig, en un encuentro en Sevilla

Se masca la derrota de la izquierda en las elecciones andaluzas. Lo decía José Luis Villacañas en su última columna, el martes, en este periódico: «Las clases populares están sufriendo de forma muy intensa el empobrecimiento que padece España», y justamente cuando deberían hacer lo contrario, se decantan en Andalucía por partidos que «han sido y serán favorables a los mejor situados». ¿Por qué ocurre esto, cuando los andaluces se consideran a sí mismos de centro-izquierda? Para Villacañas la escalada de la derecha se produce en Andalucía por varias causas: el candidato del PSOE no es competitivo, sino un insustancial producto de partido, sin peso autonómico ni gancho electoral; las estrategias de campaña centradas en el miedo a la ultraderecha o al binomio PP-Vox no han sido las más inteligentes y, además, la izquierda a la izquierda del PSOE está hecha un desastre. Todo lo cual no inspira mucha confianza en los electores, que necesitan de la Junta, o de las instituciones, es decir del Estado, para ir tirando. En resumidas cuentas: la gente busca una «estabilidad» y confianza que las fuerzas de izquierda no habrían conseguido transmitir al electorado, como sí lo ha hecho el PP, cuyo candidato, tras cuatro años como Presidente de la Junta, es aceptado, e incluso está bien visto, según el CIS, hasta por parte del electorado socialista. Para los votantes, «no son tiempos de aventuras», dice Villacañas, y la lectura de las encuestas permite pronosticar, un «cambio social en la intención de voto si alguien no lo remedia».

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Lo preocupante para los progresistas –y especialmente para el gobierno- es que los probables resultados de las elecciones andaluzas, que tanto recuerdan al dibujo de lo ocurrido en las pasadas elecciones en la Comunidad de Madrid, representen realmente un cambio en el «ánimo de la gente», como síntoma de una corriente general, que ya registran algunas encuestas de intención de voto en clave estatal. La alusión al «ánimo de la gente» la hacía Cristina Monge en otro artículo, también publicado esta semana, en Infolibre «La irresistible tendencia a la melancolía de la izquierda», que en general coincide con los puntos de vista Villacañas y recupera, aunque sin citarlo, el título del libro de Enzo Traverso (Melancolía de izquierda, Galaxia Gutenberg, 2019) en el que el historiador italiano recuerda que «la melancolía siempre ha sido una dimensión oculta de la izquierda».

Ahora bien, si esos dos autores siempre lúcidos –Villacañas y Monge- explican impecablemente la lógica electoral del proceso andaluz en relación con los errores (o las recaídas melancólicas) de la izquierda, no lo cuestionan más allá de su mecánica, aunque eso sea, justamente, lo que está pendiente de explicación. Porque si es cierto que las políticas de la derecha española «han sido y serán favorables a los mejor situados», de confirmarse en siete días los resultados de las encuestas, estos no serían consecuencia tanto de los déficits o errores de una izquierda con problemas como de un electorado aún más melancólico, incapaz de identificar sus intereses inmediatos y a quienes, teóricamente, los representan mejor. No debería olvidarse que, (como demuestra el caso del propio Moreno Bonilla, quien hace cuatro años perdió las elecciones), no hay mejor tónico para los políticos grises que el ejercicio del poder, ni mejor argamasa para los partidos en crisis, y que la formación que se perfila como ganadora la próxima semana hace apenas dos meses estaba, según sus líderes más destacados, «al borde de la implosión».

Cargar las tintas sobre la «melancolía de la izquierda» está lejos de explicarlo todo, especialmente en una sociedad como la andaluza en la que las fuerzas progresistas, precisamente definidas por Traverso como aquellas «que tratan de cambiar el mundo poniendo el principio de igualdad en el centro de sus programas», deberían disponer de un suelo electoral «natural», congruente con las grandes desigualdades de esa autonomía. Si un territorio con un índice de paro 6 puntos por encima de la media estatal, con 2,2 millones de su población en exclusión social y el segundo PIB per cápita más bajo de España, con un sistema de salud que también es el segundo por la cola del país, que en el último año ha perdido 2000 docentes y ha recortado 135 millones a las Universidades públicas se comporta en las urnas con el mismo «ánimo» del electorado de la Comunidad de Madrid, entonces tampoco debería excluirse de los análisis políticos la hipótesis de que, como decía un personaje de Parliament, serie cómica coproducida por Alemania, Francia y Bélgica, España sea un país «que deja a Italia sin argumentos y le da a la derecha lo que quiere». Después de todo, esa explicación tan simple, ¿no anticipa lo que va a pasar?

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