Esta semana la ministra Diana Morant recordaba que el modelo fiscal del PP, que en varias autonomías va a aplicar rebajas en el IRPF y eliminar el Impuesto de Patrimonio, era el “anti-Robin Hood”. Si este trasladaba el dinero del bolsillo de los ricos para repartirlo entre los pobres, decía la exalcaldesa, el PP hace lo contrario, “perdonarle los impuestos a los más ricos, a los multimillonarios”.

La derecha nacional (la de la caja B y de todo lo demás) siempre está dispuesta a dar una vuelta de tuerca a cualquier situación política compleja, algo incomprensible fuera del solar hispánico, y ahora vuelve a poner sobre el tapete en un país con profundas desigualdades sociales la cosa de los impuestos porque si a nadie le gusta pagar impuestos ahí es donde hay que meter la cuchara. El cuento es tan viejo como la demagogia y se expresa, como siempre, con una sencillez al alcance de todos los cerebros: el dinero esta mejor en el bolsillo de los ciudadanos que en las arcas del Estado depredador representado por Pedro Sánchez. Varios barones autonómicos del PP han amenazado al gobierno con llevarlo a los tribunales si intenta impedir la aplicación de esas ocurrencias fiscales. El alzamiento político abanderado en Madrid por Ayuso contra el gobierno de España se ha incorporado ya a las estrategias electorales de Feijóo, y asombraría comprobar, si el PP no fuese el PP, cómo un partido que hace diez años pensaba en suprimir derechos, redefinir competencias sanitarias y fiscales y cuestionaba hasta la existencia de las televisiones en las autonomías ahora hace de la independencia territorial uno de sus más furiosos caballos de batalla. 

Pero el nuevo relato de la derecha española no es sorprendente. Quien repase el libro del catedrático de Teoría del Estado José Antonio González Casanova titulado “La derecha contra el Estado”, por ejemplo, se encontrará no un pensamiento conservador que ha evolucionado con el paso del tiempo sino con una serie de actuaciones políticas siempre idénticas en defensa de unos intereses de clase que desde hace la friolera de dos siglos no han variado en lo sustancial. De ahí que salidas como “la bajada de impuestos” no puedan ser vistas como algo mínimamente fundamentado o con sentido sino como parte de una secular retórica incendiaria para la que cualquier decisión que provenga de “la izquierda”, como antes del liberalismo, es, por definición, aborrecible. La defensa de “la bajada de impuestos” es un simple subterfugio electoralista, pero, a poco más de un año de las generales, resulta muy útil para agitar los viejos espantajos de siempre, poniendo a buen recaudo los escrúpulos de siempre en la caja B de la responsabilidad política. En el fondo, a falta de propuestas serias, a lo que asistimos es a una variación de la acostumbrada inculpación moral contra “la izquierda” adaptada a las circunstancias. Así, en virtud del relevo en el liderazgo del PP el gobierno ha pasado de ser “ilegítimo” a ser presentado como una especie de ogro recaudador. Con la economía descabalada por la guerra de Ucrania, la “bajada de impuestos” se convierte en un leitmotiv real (y central) con el que Feijóo, que tan mal se maneja con los números, puede sin embargo invocar, como Fraga, la imagen del “hombre de la calle”, en gran medida ubicado, según los sociólogos, en un espacio político de centro que huye de los extremos y decanta las mayorías. Desde hace tiempo, esa parte decisiva del electorado es el objeto de deseo de todos los partidos, pero hoy su creciente descontento permite acariciar a la derecha española el sueño de la victoria electoral, a costa de la lógica del Estado y especialmente del mantenimiento del estado del bienestar, que era, por cierto, en lo que creía firmemente el liberal Isaiah Berlin, tan saqueado y falseado por la FAES de Aznar. Pero como la derecha española nunca ha sido liberal, puede permitirse nuevas cotas de descaro sin que le tiemble el pulso o la ideología, que no es otra que la conquista del poder a cualquier precio. El “que caiga España que ya la levantaremos nosotros” de Montoro sigue siendo la filosofía real de la derecha cuando está en la oposición. 

Ni qué decir tiene que estimular la insatisfacción de la gente con el telón de fondo de la guerra resulta hoy más prometedor para el PP que intentar derrocar al gobierno en plena crisis sanitaria, maniobra que probó, sin éxito, Pablo Casado cuando el hombre de la calle se había quedado en casa y no estaba para sandeces. También es más rentable que practicar una política de obstrucción institucional permanente. “IVA Zero”, dice la propaganda electoral de Salvini en Italia. “¡Vivan los millonarios!”, vienen a decirnos las insurrectas soflamas fiscales del PP. Ha llegado el momento de invertir los relatos que mueven espacios electorales cruciales, sin temor, como Trump, a las consecuencias, y por eso mientras Diana Morant habla de Robin Hood, de pobres y de cohesión social, Feijóo y sus secuaces se adentran ya en el bosque de Sherwood del centro sociológico con la buena nueva de que lo que necesita España es preocuparse más por quienes, como decía Joaquim Bosch, llevan la patria en la cartera. Mientras baja impuestos con la mano derecha con la izquierda le pide el PP al gobierno depredador que afloje la pasta para que las cuentas cuadren, porque las alegrías fiscales no se pagan solas. La idea es que “la gente sencilla”, como también llamaba Fraga al “hombre de la calle”, no se percate de la artimaña, lo que es muy posible. 

Diana Morant y Bosch tienen razón, claro está, aunque manejan imágenes culturales menos sólidas de lo que creen, puesto que los héroes y los villanos ya no son, por emplear una expresión de Berlin, “evidentes por sí mismos”. Lo vimos y vivimos durante la crisis sanitaria hasta el hartazgo. Feijóo, en cambio, sabe o intuye que los tiempos de las evidencias han terminado (lo que no es muy difícil si se piensa en el EE.UU. de Trump o en la Rusia de Putin) y que nos adentramos en una época oscura en la que, como escribía esta semana el filósofo alemán Wolfram Eilenberger, el invierno de restricciones que se aproxima no será nada con el que le espera al liberalismo ilustrado, “una perspectiva que hace temblar”. Cada vez que el mundo parece a punto de irse a pique en España aparece un señor del PP intentando hacerse con el poder como sea. Parece una escena de Lubitsch. Pero Feijóo también sabe que el sentido del humor ya no es lo que era y que, en un mundo al revés, puede pasar ante medio país, pese a las evidencias y pese a Robin Hood, por un hombre de Estado.