Hay una frase del todavía silencioso Juan Carlos Moragues que desde hace años no ha dejado de rondarme por la cabeza. La pronunció en no sé qué televisión y aunque no pueda recordarla literalmente su sentido era inequívoco: se refería a la ejemplaridad pública que deben mostrar los políticos en el ejercicio de sus funciones.

Con relación a la “ejemplaridad” o a su colindante idea de “responsabilidad”, bases sobre las que se sustenta la “pedagogía política”, los partidos suelen hacer literatura, generalmente mala: folletines de campaña que intuitivamente los votantes ni siquiera tienen en cuenta para no quedar defraudados. Sin embargo, la voluntad de cumplir con esas tres pautas de conducta es la que sostiene el sistema democrático y la única que puede devolverle el crédito perdido. La ejemplaridad, por sí misma, no soluciona problemas, pero los evita, ni hace de un político mediocre un Bismark, pero calma los nervios del electorado y es, por así decirlo, la condición necesaria de la política: un buen principio, la falsilla que los políticos deben seguir en un itinerario que, mientras nos representen, nunca recorren solos. Decía Juan Ramón Jiménez: “si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”. Un consejo muy útil para la vida corriente que en política no hay que seguir jamás, como bien sabemos en Gandia donde quienes escribieron por el otro lado nos hipotecaron hasta el cuello.

Ahora que Carlos Moragues ha conseguido encaramarse a la dirección del partido en Gandia y ha conmocionado el escenario electoral es conveniente recuperar aquel comentario suyo, tan sensato, sobre la ejemplaridad para contrastarlo con los hechos de los que ha sido protagonista. No para someter al nuevo candidato del PP a un tercer grado sino para deliberar abiertamente –como sin duda merece el caso- sobre la fortaleza y sustancia de los discursos públicos en relación con el funcionamiento de los partidos. La pregunta que viene a cuento es si la “ejemplaridad” es una cuestión que, de puertas adentro, los partidos pueden eludir libremente o debe someterse a principios generales, como el de la democracia interna. Recordar, como señaló Robert Michels, el tradicional funcionamiento antidemocrático de los partidos políticos o atender sin prejuicios al simple ejercicio del poder nos librará de caer en dogmas de saldo: ni la verticalidad de los partidos es monstruosa por sí misma ni la democracia interna en cualquiera de sus versiones libra a esa fórmula de errores de bulto en la elección de candidatos, como demuestra la experiencia, y la vista está dónde se encuentran los dos líderes de la “nueva política”.

El problema se plantea cuando los partidos intentan jugar a dos barajas y patrocinan expresamente la democracia interna, pero en la práctica se comportan de manera piramidal, contraviniendo sus propios códigos. Eso no es un delito mientras los afiliados accedan de buen grado a cambiar de opinión y de candidato, como ha ocurrido (o parece que ocurrirá) en Gandia en el caso del PP respecto de Víctor Soler y Carlos Moragues, aunque que la derecha asuma en bloque, como los viejos comunistas, sus propias contradicciones es algo que el sentido del humor no debería pasar por alto.

Ahora bien, si como decía Victoria Camps la ética y la estética tienen puntos de contacto, no es la mejor carta de presentación para un partido embarcarse en periodo preelectoral en juegos de manos que, de un lado, fomentan internamente la actitud acrítica y la obediencia ciega de la militancia, y de otro recuerdan a la ciudadanía que la frase sobre la mujer del César no ha perdido actualidad. Conviene recordarlo porque más allá de la opinión que pueda merecernos el nombramiento a dedo del nuevo cabeza de lista del PP, una vez conocido el comunicado de Víctor Soler, (un canto a la unidad del partido formalmente impecable) el silencio de Moragues no puede romperse sin explicar a los ciudadanos a los que aspira a gobernar la parte inédita de la historia que hoy se cierra bajo el peso de los hechos consumados y de un silencio abrumador. Y no porque lo que lo pueda decir Moragues no sea previsible sino porque es una formalidad pendiente que no puede esquivar sin comprometer su credibilidad. Concediendo, y ya es mucho, que la ejemplaridad no afecte internamente a los partidos a la hora de designar candidatos empezará a poder ser exigida en cuanto Moragues abra la boca como aspirante a la alcaldía. Eso ya nos afectará electoralmente a todos, y no será muy estético ante la nueva etapa que se abre en el PP cerrar las historias en falso o prolongar un silencio lleno de sombras que no merecen los sufridos votantes y tanto recuerda a la funesta manía de escribir por el otro lado.