Al despedirse como candidato con una frase del fundador de McDonald’s («ninguno de nosotros es tan bueno como todos nosotros juntos») Víctor Soler asumía su nueva condición de carne picada. Los partidos suelen actuar con la lógica del sector cárnico y el estado actual de Soler es el que les espera, en Compromís, a Josep Alandete o a Alicia Izquierdo a corto plazo, por no hablar de Pascal Renolt, que es como una pierna de cordero en el menú de un restaurante vegano. De momento solo José Manuel Prieto corretea por las praderas preelectorales gozando de la fase de engorde, aunque ya veremos dentro de unos meses si acaba o no en el mostrador, hecho filetes. Juan Carlos Moragues todavía no ha llegado formalmente a la carnicería local, pero nadie se lo imagina como portavoz de la oposición, y en su arriesgada apuesta por ser César o nada se juega ser o no ser casquería política en mayo.

En la escala de preocupaciones de la gente, el interés que despiertan los lances de los partidos a siete meses de la jornada electoral todavía es escaso. En esto la reacción de la ciudadanía es mucho más congruente que la puesta en marcha de las estrategias artificialmente adelantadas de las formaciones políticas, que en términos de debate público han sido totalmente estériles. Soler y Prieto se han pasado un año yendo de la calle a Facebook y de Facebook a la calle exhibiendo sin descanso el «orgullo» de ser de Gandia, y si al primero hace una semana la política real le cortó el rollo, el segundo sigue creyendo que en el monocultivo de las redes sociales está la clave del triunfo electoral.

Prieto es el único candidato sin contrincantes políticos en su partido, que en campaña funciona como un reloj, pero un día sí y otro también cae en un exhibicionismo personal en las redes que es dudoso que entre dentro de sus deberes institucionales. Giovanni Sartori dice que la cultura de la imagen mata el pensamiento abstracto y, al final, la democracia, y el sociólogo y exdiputado socialista Iñaki Urquizu, ahora alcalde de Alcañiz, sostiene en su último libro, Otra política es posible, que gobernar un ayuntamiento no consiste en hacer lo que quiere la gente sino en convencerla de la utilidad de un proyecto político. Y ese propósito no se cumple por el simple hecho de estar en la calle y sacarse fotos con todo lo que se mueve, creyendo que un proyecto político es lo mismo que aparentar tener el don de la ubicuidad. 

Una estrategia de exposición permanente y de un «moderantismo» que en la práctica apenas diferencia las propuestas de la derecha y la izquierda no marcan la diferencia en el mercado electoral. Reivindicar los logros de gobierno y la gestión económica tampoco será suficiente sin enmarcarlos en un proyecto de izquierdas que no parezca intercambiable con las propuestas de la derecha. Y menos tras la entrada en escena de Juan Carlos Moragues que, frente al «moderantismo» de Prieto ha comenzado a emplear un lenguaje directo que no suele usar el líder socialista. «Lo mejor que le puede pasar a Gandia –dijo el martes en Radio Gandia el nuevo cabeza de lista popular- es que el PP gane las elecciones y yo sea alcalde». La frase puede parecer de una presunción ridícula, lo cual es irrelevante en el contexto de una campaña a la que aún le faltan siete meses de recorrido. Lo que importa de esa primera intervención pública de Moragues es que anuncia un estilo condensado y asertivo (con cuatro palabras crea un «marco», como diría George Lakoff) que liquida el registro en el que se ventilaban las discusiones con el partido de la oposición. El gobierno cuenta con el aval de una gestión y un catálogo de proyectos realizados o en cartera que no pueden ser desmentidos por Moragues, pero (como también advirtió Lakoff) un error recurrente de la izquierda es creer que sus logros objetivos serán percibidos con la misma objetividad por el electorado.

Obligado por la insolvencia de Compromís para nombrar un candidato a tiempo, recae sobre el PSOE de José Manuel Prieto la tarea de crear un discurso electoral progresista que no pueda suscribir de cabo a rabo el nuevo líder popular. Aunque las elecciones municipales todavía no le importen mucho a la gente, cuando empiecen a importarle será mejor poder ofrecerle algo más que el rancho habitual, cocinado a base de fotos subidas a Facebook, café para todos y una «moderación» en la que la palabra «izquierda» brille por su ausencia.