En estas fechas los ciudadanos vivimos el tránsito entre Todos los Santos y Navidad que asoma unas calles más abajo. Noviembre es un mes propicio para la melancolía: en teoría llegan los primeros fríos, los y las niños/as sienten ya un primer cosquilleo provocado por la cercana Navidad, Papa Noel y Reyes Magos. Quieren que noviembre pase pronto. Quienes trabajan lo ven más lejano, quienes no tienen trabajo se angustian y para todos la coyuntura económica y social camina como los cangrejos, hacia atrás. No les quiero ni decir lo que les importa a la gran mayoría aquello de las Elecciones de 2023, por mucho que los periodistas vayamos vaticinando lo que pueda suceder. Mientras las cosas caminan a su ritmo, los políticos nacionales debaten temas que a la gente le importa lo mismo que a mí los toros y que a un parado le resbalan. En el campo autonómico se repiten los esquemas nacionales: para quien manda todo flores, para la oposición todo espinas, y aquellos que apenas pueden pagar los gastos a fin de mes miran hacia diciembre presas del nerviosismo, pues la Visa, si la tienen, pronto comenzará a sangrar.

Y en la política local se repiten esquemas generales. Si Ud. comprueba los programas de los grandes partidos verá que se diferencian en bien poco cuando se trata de propuestas locales, sencillamente porque poco más pueden aportar limitados por las leyes y las competencias. Por ello no comprendo tanto desplante, presunto enfrentamiento y teatralización ante los intereses comunes. ¿No sería mejor ceder unos y otros cuando se trate de beneficiar a los ciudadanos en temas importantes? ¿El bien común no está por encima de los intereses partidistas? Igual estoy planteando cuestiones inabordables pues Un mundo feliz de Aldous Huxley es una ficción literaria no una constatación empírica.

Volviendo a la realidad, ya mencioné en un artículo que 13 millones de personas estaban en riesgo de pobreza en 2021. Casi el 45% llega difícilmente a fin de mes en nuestro país. Y los imprevistos desbaratan el presupuesto familiar. Si pueden pónganse en el lugar de una familia de Gandia formada por padre, madre y dos hijos: ella de 5 y él de 10 años sin ingresos fijos, con sueldos de miseria y futuro incierto. Acuden regularmente al banco de alimentos para subsistir, habitan una vivienda con la ayuda social del Ayuntamiento, visten aquella ropa que las ONG les facilitan y su futuro es presente pues no pueden mirar más allá. No les pongo un ejemplo lejano, en esta ciudad tenemos conciudadanos en extrema pobreza, aunque recurramos al dicho de ojos que no ven, corazón que no siente. ¿Ud piensa que a esas personas les importa si Prieto o Moragues? ¿Cree que van a acudir a votar?, ¿para qué? Esos ciudadanos acudirán a las ONG para conseguir un juguete con el que complacer a sus hijos ante las fechas que se avecinan y con la angustia en su cuerpo tratarán de fingir una normalidad que para ellos no existe. Con todo también les digo que las personas de Gandia son solidarias, tratan de mejorar las situaciones extremas pero no es suficiente, porque esa mejora la tienen que trabajar los políticos o de lo contrario la abstención, el desarraigo social y la frustración irán aumentando paulatinamente.

Los salarios de entre 600 y 1.000 euros no pueden cubrir los gastos de una familia como la que he puesto de ejemplo: alquiler, alimentación, luz, agua, medicamentos, ropa, libros y transporte son inaccesibles. Hay personas que trabajando ambos a destajo apenas suman 1.500 euros al mes y eso hoy es pobreza. La cruda realidad es destructiva y se debe luchar sin tabúes ideológicos y sumar para mejorar. Aunque me temo que eso hoy es imposible: la justicia social es un deseo que tranquiliza conciencias pero tristemente no interesa hacerla realidad.