En el pleno del jueves Víctor Soler defendió una moción presentada por su partido contra la reforma del delito de sedición del Gobierno de España, iniciativa que merece un par de comentarios. Podrían ser más, pero hay que reconocer que estas cosas interesan poco, y menos recién comenzado el Mundial.

Primera observación: no es una gran idea para atraerse la confianza de la gente confundir la Plaça Major de Gandia con la carrera de San Jerónimo de Madrid, donde está el Congreso de los Diputados, porque la gente de Gandia sabe que no vive en Madrid, que el Gobierno local no tiene competencias legislativas ni los concejales obligación de pronunciarse sobre una cuestión que probablemente excede sus conocimientos jurídicos y no responde, para entendernos, a lo que ocurre en la Gandia real. En la Gandia real nadie ha intentado proclamar una república independiente ni tiene intención de hacerlo ni nadie –sean cuales sean sus opiniones políticas- vincula la reforma legislativa sobre el delito de sedición a las funciones del consistorio, salvo el partido de la oposición.

No digo que los partidos no puedan caer de vez en cuando (para animar las sesiones plenarias más tediosas) en actuaciones recreativas, sino que estas deben presentarse con el inequívoco sello del humor para no ser vistas como una pérdida de tiempo. En ese sentido la pregunta que hace cinco años formuló el senador de Compromís Carles Mulet al ejecutivo de Mariano Rajoy sigue siendo modélica: «¿Qué protocolos tiene adoptados el gobierno ante un apocalipsis zombi?». Las iniciativas políticas absurdas deberían ser por lo menos divertidas para no computarse como un gasto inútil. Es cierto que la intervención teatral del líder de la oposición podría haber tenido cierta gracia si no fuese porque en el papel de patriota afligido que pregunta mirando a lo lejos «¿Adónde vas, España?», y señala después con mano trémula a sus viles enemigos a Soler lo hemos visto decenas de veces en los plenos y, claro, a estas alturas, no es que el espectáculo resulte arrebatador.

Como la retórica hueca o la demagogia más febril, la moción no era ilegal, pero utilizar los plenos como escenario de momentos zombis revestidos de pompa y circunstancia sabiendo que acabarán en nada no es la mejor carta de presentación para convencernos de que el PP de Juan Carlos Moragues (a quien hay que suponer al corriente de la moción presentada por Soler) administrará más eficazmente las instituciones. Si Moragues tiene la intención, como ha dicho, de hacer una auditoría interna en el ayuntamiento para eliminar el «gasto ideológico superfluo» en el caso de que llegue a la alcaldía, debería empezar a hacer prácticas en su partido que, en ese sentido, lleva disparando con pólvora de rey desde hace casi ocho años.

Segunda observación: no se entiende que Soler, que ha aceptado la disciplina de partido (¡y vaya disciplina!) hasta el punto de renunciar a su candidatura a la alcaldía, pretendiese que otras formaciones políticas rompiesen la suya porque estaba convencido de que algunos concejales socialistas se oponían a la reforma del delito de sedición. ¿Quiénes? Atribuir sin pruebas a los adversarios políticos intenciones ocultas e instarles a «votar en conciencia», (como si el PP local, que ha asumido a la búlgara la candidatura de Moragues impuesta desde València, fuese un oasis de conciencias libres), es un fake de tomo y lomo, tan creíble como la advertencia de Díaz Ayuso sobre los proyectos de Sánchez de «acabar con la Guardia Civil» o «dar un golpe de Estado para derrocar a Felipe VI». Todas esas tonterías fundadas en presuntas realidades ocultas están muy lejos de los efectos cómicos logrados por el senador de Compromís con su pregunta sobre el apocalipsis zombi y son, por tanto, un gasto superfluo, un derroche.

La ampulosa actuación de Soler permitió al portavoz socialista Vicent Mascarell manejar cómodamente la situación y, tras recordarle didáctica, pacientemente, al defensor de la moción las diferencias representativas entre un concejal y un diputado del Congreso y en qué consiste la democracia, acabó dándole algunos consejos paternalistas. Una intervención que servía para evaluar la situación actual de la derecha local: a la bicefalia le sobran monsergas y le falta gestión.