Nuestra Gandia es una ciudad admirable por valores como la solidaridad y el espíritu de familia. Digo esto porque lo conozco de primera mano y por circunstancias personales que no mencionaré. Al margen de las actuaciones municipales que a través de los Servicios Sociales, las ONG privadas y personas anónimas tratan de ayudar sin pedir nada a cambio hacia personas discriminadas y excluidas de la sociedad por necesidades básicas como alimentación, sanidad, vivienda, trabajo o educación.

Al margen de lo apuntado hay un escudo social anónimo, desinteresado y crucial: la familia. Ese es el primer soporte que encuentra la necesidad cuando afecta a una persona. Imagino que en otros lugares será igual o parecido, pero yo hablo de lo que conozco. Ancestralmente nuestra ciudad ha practicado la atención a nuestros familiares como primera tabla de salvación ante dificultades económicas y sociales. Mi abuelo materno, con el que conviví 20 años en la misma casa, labrador de tierras propias y ajenas se pasó la vida, sobre todo de 1940 a 1950, repartiendo entre familiares y amigos aquello que plantaba, tras haber vendido una parte en el Prado, para paliar el hambre ajena en la medida de sus posibilidades, eso me lo contó mi madre cuando él ya había fallecido, en 1981. ¡Ven por qué es admirable y antigua la solidaridad de los naturales de ésta ciudad!

En otras partes que conozco esta actuación de familiares, amigos e incluso conocidos no se da. Los países nórdicos son individualistas y el sentido de familiaridad no está tan desarrollado como aquí. Los jóvenes abandonan el hogar pronto, alejan lazos humanos, tienen ayudas sociales amplias y todos aceptan con normalidad su distancia. Lo mismo puede aplicarse a otros países como Alemania, Austria, Inglaterra o Francia. Los mediterráneos como Portugal, Italia, Grecia o España somos diferentes, para nosotros la familia es básica.

Si alguien en esta ciudad tiene la desgracia de caer en el pozo de las lamentaciones, su familia será la primera en salir al rescate, ayudar económica y moralmente y buscar una solución al problema. Eso no se improvisa, es consecuencia de muchos años de practicar y transmitir un valor fundamental: la solidaridad se practica sin exigir nada a cambio. Me dirán que ustedes conocen actuaciones contrarias, evidentemente yo también, pero indagando en situaciones constatables lo bueno supera con creces a lo malo: empatía frente a indiferencia. Esa es una cuestión para sentirnos orgullosos y esperanzados para seguir siendo una sociedad humanizada. No busquemos siempre los defectos y ensalcemos las virtudes, que nos irá mejor.

Esperamos a que cuando surge un contratiempo las distintas administraciones: local, autonómica y nacional, nos solucionen el problema, pero seamos realistas, es una exigencia lícita pero realizable hasta cierto punto. Un gobierno a una u otra escala no tiene todos los recursos que quiere para paliar necesidades, ni puede poner en marcha la fábrica de la Moneda y Timbre para imprimir euros a discreción. Pero antes de esto está el escudo familiar, entendiendo este como la conjunción de la familia y amigos para salir al rescate de quien lo necesita. Conozco más casos de necesidad actualmente entre amigos. Una familia de aquí ha tenido la mala suerte de caer en el abismo. Un matrimonio de 50 años él y 45 años ella en el que ambos han perdido el trabajo y tienen hijo e hija en la Universidad acabando sus carreras. Desesperación y pánico. Sus familias les están ayudando económicamente para que puedan seguir adelante teniendo lo básico y sobre todo para que sus hijos puedan acabar sus carreras. Es otro ejemplo del escudo familiar, al margen de lo que reciben de las autoridades públicas que no completa sus necesidades, y esos valores son imprescindibles. Él me confesó que en cuanto mejore su condición revertirá su deuda inmediatamente devolviendo poco a poco cuánto recibe, pero nadie de quienes le ayudan le ha pedido nada, aunque su moral le obliga a cumplir lo mencionado. Siento orgullo y admiración hacia esta sociedad de Gandia digna y solidaria.