Color local

Más sobre el Hijo Predilecto

Josep Gomar, Tano.

Josep Gomar, Tano. / Salva Gregori

OPINIÓN / J. Monrabal

Hace unos días Enrique Moragues publicaba en estas páginas un artículo sobre Pep Gomar, «Tano», en el que recordaba la huella dejada en la ciudad por el conocido repostero y hostelero, recientemente nombrado Hijo predilecto de Gandia. Era un artículo oportuno y entusiasta que es el origen de este, pues, para miles de gandienses ese nombre comercial –Tano– es una referencia sentimental que, como se ve, aún sigue siendo un lugar para quedar, para hablar, y ahora para celebrar ese título honorífico, la orla que el ayuntamiento, con acierto indudable, ha puesto en torno a un hombre y una época.

Hablamos mucho de memoria histórica, mientras la memoria viva y ambulante, la que hace cola en la panadería, pasea al perro por la calle, sonríe y nos saluda, se nos va de las manos, y está muy bien que desde las instituciones se haya sabido ver que ese es un derroche que tampoco podemos permitirnos, que sin las sutiles vigas maestras de la memoria las ciudades corren el peligro de convertirse en espacios funcionales, mecánicos, desalmados, sin verdadera vida ni conciencia de sí mismos.

Decía el siempre jovial y achacoso Robert Louis Stevenson que, por una curiosa ironía del destino, los lugares a los que viajamos para recuperar la salud son singularmente atractivos. Algo parecido sucede con las travesías por el pasado, e incluso los más prevenidos ante las trampas de la nostalgia ahora volvemos a empujar idealmente las puertas de la cafetería Tano con el mismo aire expectante de quien sabe que ha llegado al lugar donde se cuecen los acontecimientos. Porque Tano era precisamente eso: un estado de ánimo ciudadano creado entre el rumor de la clientela y las conversaciones cruzadas que durante un periodo decisivo fue el centro de gravedad de una modernidad flotante –política, artística, cívica- que, envuelta en humo de tabaco, cubatas, carajillos y planes desaforados intentaba despegarse del suelo sucio de la historia. En mayor o menor medida todos formábamos parte del arma cargada de futuro que era la cafetería Tano y ya entonces Pep Gomar ayudaba a costear cuanto proyecto o iniciativa se ponía a tiro, porque uno de los méritos precoces de ese gandiense ahora predilecto y ya entonces necesario fue el de ser consciente de que todo lo que da sentido a una colectividad –eso que llamamos cultura– implica rascarse el bolsillo, que alguien se haga cargo de la situación. 

Hablo de Pep Gomar como emblema de los «Tano», y de la cafetería –que yo recuerdo de manera especial- como imagen de las empresas de la familia, que nunca traicionaron ese espíritu cooperativo dispuesto a integrar en el negocio lo que pasaba en la calle, el pulso y los sueños de la ciudad. Así, durante décadas, el logotipo de Tano fue un clásico de la publicidad local, aunque la marca no necesitase promocionarse, pues el prestigio le precedía, por no hablar de sus vínculos con el Gandia Bàsquet, una historia con la que se podría llenar el periódico entero. En todo eso –en nuestra historia– estuvo Tano sin sombra de vanagloria en los buenos tiempos ni queja alguna o resquemor en los malos, porque, como su familia, siempre ha sido el mismo: un tipo cordial y transparente, el amigo de todo el mundo, el que saluda, como siempre, sonriente. Por eso, agradecidos, muchos de nosotros volvemos hoy a la vieja cafetería, a ese lugar que aún nos convoca, para brindar por Pep Gomar, por el mundo de ayer y de todavía.