OPINIÓN

Jesuitas de Gandia: Una nueva pérdida

El padre Puig, con el alcalde Torró, el día que fue elevado a Hijo Predilecto.

El padre Puig, con el alcalde Torró, el día que fue elevado a Hijo Predilecto. / Levante-EMV

Javier Roche Valls

Con cierta tristeza y decepción he recibido la confirmación de lo que ya era un rumor en la ciudad en las últimas semanas: la Comunidad de Jesuitas de Gandia abandona la ciudad natal de San Francisco de Borja, muy vinculada a esta orden desde sus orígenes.

La primera sensación es de incredulidad. Cierto es que, al igual que otras órdenes religiosas, los jesuitas sufren desde hace tiempo la escasez de vocaciones y por tanto, la dificultad para cubrir los más de 800 colegios, casas de espiritualidad y centros que tienen repartidos por todo el mundo. Pero no cabía en mi cabeza que llegaran a plantearse abandonar la casa natalicia de quien, con San Ignacio de Loyola, impulsó la orden en sus orígenes y llegó a los altares.

La historia de Gandia no se entendería sin la presencia de los Jesuitas en Gandia, pues ya desde los orígenes de la orden, esta tiene presencia en Gandia, fundando el primer colegio de la Compañía, dirigido por el P. Andrés Oviedo y que luego, en 1547, se convirtió en la primera Universidad jesuita en el mundo. El primer abandono de Gandia por los jesuitas, producido como consecuencia de su expulsión de España en 1767, significó la decadencia de la Universidad y su posterior extinción en 1772, lo que significó una pérdida notable para la ciudad.

La vuelta de los jesuitas a Gandia se produjo en 1888 al adquirir por subasta el Palacio Ducal, dada su significada importancia para la orden, por su íntima relación con su cuarto duque, que posteriormente fuera tercer general de la orden. Desde entonces la presencia de la orden fue muy activa, no sólo en lo espiritual y religioso, sino también en el impulso económico de la ciudad a finales del S. XIX. Uno de ellos, el P. Carlos Ferrís fue el impulsor, junto a otros próceres gandienses, de la Caja de Ahorros y Socorros de Gandia, fundada para combatir la usura y favorecer el desarrollo agrícola e industrial de la Safor y la Marina, llegando a tener varias sucursales y almacenes de abonos y guano para los agricultores, hasta que en 1945 fue absorbida por la Caja de Ahorros de Valencia. También el P. Carlos Ferrís fue impulsor junto a D. Joaquín Ballester, del sanatorio de Fontilles para enfermos leprosos, los más marginados de la sociedad en aquella época. En el orden espiritual fundaron el Monumento al Sagrado Corazón de Jesús en el Real de Gandia, siendo multitudinarias las celebraciones que se realizaban anualmente en su explanada.

Como exalumno del Colegio, entonces denominado Escuelas de las Congregaciones Marianas, pero que toda Gandia conocía como el «Palacio» y luego pasó a ser Borja Jesuitas, he conocido la importante influencia de una comunidad numerosa que, además del Colegio, atendía la enseñanza de religión en los institutos, actuaban como asesores espirituales e impulsores de un importante número de asociaciones de laicos, consiliarios de hermandades de Semana Santa y colaboraban con la entidades sociales y caritativas de la ciudad. Muchos miembros de esta orden han nacido en Gandia, como por ejemplo el P. José Puig, que fue nombrado Hijo Predilecto de la ciudad en 2015 y había sido junto a Reme Lloret, ánima e impulsora del comedor social de las «bunyoleres». También otro jesuita hijo de Gandia, como Vicente Jesús Almiñana, fue uno de los principales impulsores del Centro de Atención a personas sin hogar que con motivo del V Centenario del Nacimiento de San Francisco de Borja, puso en marcha Caritas Gandia, con la colaboración del Ayuntamiento de Gandia en 2010 que construyó el edificio. Como Director de Caritas Interparroquial Gandia en esa época he de agradecer la labor social de ambos y su desempeño en favor de los más desfavorecidos. También como Hermano Mayor del Santo Sepulcro que he sido, he de reconocer la labor de acompañamiento, como consiliario, de los jesuitas Arcadio Ribelles, también gandiense, y de Enrique Lull, quien tras jubilarse de profesor en la Universidad de Comillas reconocía satisfecho haber conocido una nueva dimensión a su labor en Gandia.

Mas allá del hecho religioso, Gandia está sufriendo en los últimos años una importante pérdida de peso en el ámbito económico valenciano. La pérdida de peso comercial, la menguante oferta de ocio, el cierre de oficinas bancarias y otros indicadores significan una pérdida reputacional a la que hay que añadir la que hoy lamentamos. La ciudad, con el Ayuntamiento a la cabeza y su entramado asociativo, no puede permitirse un nuevo abandono, una marcha que no enriquece, sino que significa una pérdida más en el prestigio de una capitalidad que hace tiempo está languideciendo.

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