A mayor gloria de Gandia

El cierre de la comunidad jesuítica sacude el universo católico tras cinco siglos en esta ciudad. La orden, con una importante actividad tras la compra del Palau Ducal, se quedan sin vocaciones

La «Visitatio Sepulchri», obra del siglo XVI creada por Francisco de Borja que se representa en Semana Santa.

La «Visitatio Sepulchri», obra del siglo XVI creada por Francisco de Borja que se representa en Semana Santa. / Levante-EMV

Sergi Sapena

En la Vall de Laguar, en la comarca de la Marina Alta, funciona el sanatorio de Fontilles, de nombre San Francisco de Borja, que fue pionero en el mundo en tratar a enfermos leprosos e investigar esa enfermedad. En el poblado Huan, de la República del Chad, un colegio pagado por el Ayuntamiento de Gandia también lleva el nombre del patrón de esta ciudad. El nexo de esas dos obras, además del apelativo, es que ambas fueron impulsadas por jesuitas de Gandia.

Por eso, y muchas más razones, ha impactado esta semana el anuncio de la Compañía de Jesús de cerrar su casa en la ciudad, por falta de vocaciones y al haber quedado solo tres padres jesuitas, todos de avanzada edad. Desde hace años se dedican a acompañar a las hermandades de Semana Santa o celebrar las misas en la iglesia del Palau Ducal, uno de los dos edificios-símbolo de Gandia, junto a l’Escola Pia, que llevan el sello de la orden religiosa que fundó San Ignacio de Loyola.

«El impacto es, sobre todo, por ser esta la ciudad de San Francisco de Borja», reconocen los jesuitas, que, igual que los responsables de la Compañía en València, guardan silencio y evitan dar explicaciones sobre una decisión que se ha venido fraguando desde hace años, cuando la orden comenzó a suprimir casas ante la sequía de novicios.

El sanatorio de Fontilles fue impulsado a principios del siglo XX por Carlos Ferrís y quien fue alcalde de Gandia, Joaquín Ballester. Esa fue, de hecho, la edad dorada de la Compañía de Jesús en esta ciudad. Unas décadas antes, a finales del XIX, la orden se lanzó de inmediato a adquirir el Palau Ducal cuando, ya arruinado y abandonado, salió a subasta. Casi con toda seguridad ese gesto evitó la desaparición del edificio. Allí, a base de costosas rehabilitaciones, surgió uno de los más importantes noviciados de jesuitas de España y Gandia se erigió, con Manresa, Loyola y Javier, en una de las capitales que revitalizaron la orden tras el periodo de expulsión de España, entre 1767 y 1814.

Por el noviciado del Palau, con casi cien jesuitas y convertido en un enorme vivero de la orden, pasaron personajes como el político Xabier Arzalluz, durante años líder del Partido Nacionalista Vasco, o el sabio Miquel Batllori, la voz más acreditada en el universo de los Borja, que mantuvo su relación con Gandia hasta su muerte.

En esta ciudad se instauró también el llamado segundo noviciado, popularmente «tercerones», que llegaban para formarse antes de ser enviados a sus destinos por todo el mundo.

Para miles de gandienses la relación con la orden es su colegio, el Borja-Jesuitas, aunque la mayoría lo conoce por el «palasio», popularmente pronunciado así. La institución escolar fue creada para formar a niños de familas con escasos recursos, una vocación que después derivó en un centro privado, hoy concertado, que seguirá gestionado por la Compañía.

También miles de niños y niñas participaron, en el oscuro periodo del franquismo, en las congregaciones marianas que dirigieron los jesuitas. En 1922 la orden copió de Madrid la idea de erigir un monumento al Sagrado Corazón de Jesús, destruido y reconstruido varias veces, centro de peregrinación durante décadas. Y hoy siguen activas las ONG Hogar de Cristo y Globalmón, impulsadas por los jesuitas gandienses Roberto Costa y José Luis Ferrer.

Los jesuitas insisten en que la omnipresente figura de Sant Borja ha ocultado parte de la labor de la Compañía desde la adquisición del Palau, en 1890, pero también reconocen que el duque, tercer general de la orden, santo y patrón de la ciudad, es una figura clave y que suyo es el mérito de haber dejado para la historia hitos como en ensanche urbano de la ciudad medieval o el impulso del primer colegio de la Compañía de Jesús que, después, se convirtió en la primera universidad de la orden en todo el mundo.

En este punto y final anunciado, llama la atención que, en vez de ser los propios jesuitas quienes defiendan su presencia en Gandia, salgan representantes cívicos, entre ellos el alcalde, José Manuel Prieto, a lamentar su marcha y destacar la importancia de su legado en la ciudad. Y llama la atención, también, que el adiós de la Compañía de Jesús en la cuna de San Francisco de Borja se produzca justo cuando ocupa la silla de San Pedro el primer papa jesuita de la historia.

Pase lo que pase a partir de ahora, y al margen de la cuestión religiosa, pocos dudan de que el lema de la Compañía de Jesús, «Ad maiorem Dei gloriam», se puede reescribir en clave local porque su contribución también ha dado momentos de gloria a esta ciudad.

Adolfo Nicolas, general de la Compañía de Jesús, a la derecha, con autoridades locales en octubre de 2010.

Adolfo Nicolas, general de la Compañía de Jesús, a la derecha, con autoridades locales en octubre de 2010. / Levante-EMV

Un patrimonio histórico de primer nivel blindado por dos fundaciones

Desde el punto de vista patrimonial, el Palau Ducal y l’Escola Pia son los dos edificios más importantes que ha dejado la Compañía de Jesús en Gandia. El primero sigue en manos de la orden y el segundo pasó a la de los Escolapios cuando los jesuitas fueron expulsados de España. Pero los dos también son, en cierta medida, públicos, porque están administrados por sendas fundaciones en las que participa el Ayuntamiento de Gandia, institución que ha propiciado la inversión de cientos de miles de euros para restaurarlos y salvarlos de la ruina.

En el caso del Palau, la fundación está integrada, además de por el ayuntamiento y la Compañía de Jesús, que mantiene la propiedad, por las universidades de València y Politècnica de València. El acuerdo, firmado en 2010, deja en manos de estos patronos la gestión de todo el edificio por un plazo de 50 años. En estos momentos uno de los retos es el impulso de un nuevo acceso al complejo que permitiría aprovechar para uso público las amplísimas estancias de la tercera planta, rehabilitada en los primeros años de la pasada década.

En el caso de l’Escola Pia, primera universidad jesuítica del mundo, la fundación que la gestiona lleva el nombre del escolapio Leandro Calvo y también ha propiciado importantísimas inversiones en el edificio.

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