Punto y seguido

Ditirambo y realidad

La fachada del Ayuntamiento de Gandia

La fachada del Ayuntamiento de Gandia / Àlex Oltra

OPINIÓN / Enrique Orihuel

Según el narrador de una de las ficciones de Jorge Luis Borges, el ditirambo es un «género obligatorio en el Uruguay, cuando el tema es un uruguayo». Esa altisonante palabra, ya en desuso, tiene su raíz en la antigua Grecia y se define como «alabanza exagerada» o «encomio excesivo». Se podría decir, parafraseando a Borges, que es un género obligatorio en Gandia cuando el tema es Gandia, y que el apodo de pixavins confirma nuestra tendencia al autoelogio desmedido. La imagen que tenemos de nuestra ciudad se nutre de adulaciones y apologías que la presentan como la más excelente y dinámica de Valencia y quizá del Mediterráneo… Se alimenta así nuestro amor propio colectivo hasta llegar a cegarnos, impidiéndonos ver que, como en el cuento de Andersen, el emperador está desnudo.

Aunque la autoestima es necesaria para vivir, puede llegar a ser perjudicial cuando se exagera. Si se despoja a Gandia de halagos y panegíricos, se encuentran realidades molestas difíciles de asumir. Se descubre que la renta bruta promedio de los gandienses (según datos de la Agencia Tributaria de declaraciones del IRPF en 2020) es un 12,3% inferior a la renta promedio de la provincia y es también inferior a la de ciudades con más de 50.000 habitantes: Valencia, Paterna, Torrent y Sagunto. Los típicos elogios de las vísperas electorales esconden otra realidad incómoda, ya que Gandia -a pesar del tiempo transcurrido- aún no ha recuperado ni la población ni el empleo anterior a la crisis financiera de 2008 a 2010.

La población de Gandia en 2022 era de 75.911 habitantes, unos cuatro mil habitantes menos que la población de 2009, cuando se alcanzaron los 80.020. Aunque cueste reconocerlo, el descenso poblacional indicaría que nuestra ciudad no es especialmente atractiva para vivir, aunque pueda ser excelente para las vacaciones, dando por bueno el ditirambo de ser «la mejor playa de España». Aunque las comparaciones sean odiosas, Valencia, Paterna, Torrent y Sagunto han recuperado y superado la población anterior a la crisis, al igual que ha ocurrido con la población de la provincia, que ya es superior a la de 2009.

Tampoco los datos laborales son favorables. El empleo perdido en Gandia con la crisis financiera está lejos de recuperarse. Mientras en 2009 había un promedio de 24.710 personas dadas de alta en la Seguridad Social, en 2022 las afiliaciones eran 21.505. En ese periodo, más de tres mil personas o se fueron de Gandia, o están sin trabajo o viven de la economía sumergida. Carlos Gardel cantaba aquello de que «veinte años no es nada» y en Gandia ni siquiera se ha alcanzado el nivel de afiliación a la Seguridad Social de 2003, hace ya veinte años. Vivimos, como en el tango, «con el alma aferrada a un dulce recuerdo» mientras Paterna y Torrent han superado la afiliación a la Seguridad Social de 2009 y Sagunto lo conseguirá con la gigafactoría de baterías.

Los datos desnudos ponen en cuestión la presunta fortaleza económica de nuestra ciudad y acreditan la sospecha de cierta incapacidad sistémica para el desarrollo. Catorce años después de estallar la burbuja inmobiliaria, Gandia no ha cambiado o reorientado su modelo productivo. Se siguen poniendo todos los huevos en la cesta del turismo y el comercio que, siendo muy importantes, no pueden por sí solos recuperar la pujanza económica perdida. Es sabido que en las poblaciones en las que el turismo es la actividad preponderante, los ciudadanos reciben rentas per cápita inferiores y aumenta la desigualdad, ya que los salarios de los sectores turísticos se sitúan en las franjas retributivas más bajas. 

No se han implementado estrategias encaminadas hacia el desarrollo industrial ni se ha apoyado suficientemente a las empresas existentes. Si se estudiara el flujo del talento en nuestra ciudad se comprobaría que, en gran medida, los perfiles con mayor preparación abandonan Gandia y por el contrario se atrae mano de obra de baja cualificación en la construcción, la hostelería y el comercio.

Desgraciadamente la sintomatología indica que Gandia está estancada. Ni resulta atractiva para nuevas inversiones empresariales -más allá del sector turístico- ni tampoco resulta atractiva para los jóvenes más cualificados que tienen que ir a otras poblaciones en busca de empleo, con excepciones como el sector público, el sanitario o el educativo.

En las próximas elecciones hay dos candidatos con posibilidades reales de alcanzar la alcaldía: José Manuel Prieto y Juan Carlos Moragues. Quien resulte elegido debería plantearse un nuevo rumbo en la promoción económica de la ciudad. Los objetivos deberían ser retener y atraer talento y apoyar nuevos proyectos industriales. Es necesario apostar por la diversificación de la economía local y, sin renunciar a nada, poner en valor a la industria como generadora de riqueza y empleo.

Se necesita, en definitiva, recorrer el camino que conduce del ditirambo a la realidad. No obstante -plagiando a Los del Río- también es cierto que Gandia tiene un color especial y sigue teniendo su duende...