Diario de campaña

Locos conejos electorales

Carteles electorales en Gandia.

Carteles electorales en Gandia. / Levante-EMV

OPINIÓN / J. Monrabal

El final de las campañas suele ir acompañado de una oferta infalible, inagotable y muy loca de promesas electorales. Sobre ese delirio general se crea un espectáculo más circense que político. Todos los candidatos saltan a la pista dispuestos a retener la atención del público como sea, y el método tradicional para hacerlo consiste en aparecer con una chistera de la que van saliendo conejos sin parar.

He aquí algunos conejos de la actual campaña: doblar el presupuesto de las fallas, fallas más grandes, un «Espai Ciutadà de la Festa Fallera», cabalgatas falleras en la playa, ciudades del deporte, museos, plazas de aparcamiento, zonas playeras caninas, referéndums populares, huertos urbanos, enfermeros escolares, taxis sanitarios, zonas de conciertos, la supresión de las plusvalías por herencia, ferias sectoriales, becas para deportistas, más parques y jardines, más carriles-bici, más museos, una oficina del cambio climático, contenedores de basura inteligentes, cambiar el PGOU, una planta de residuos agrícolas, un centro de divulgación agrícola, una oficina de asesoramiento agrícola, un línea marítima con «Baleares», rutas turísticas de arte urbano, bajar los impuestos, festivales, un autobús turístico, piscinas, cheques culturales, cheques consumo, más festivales, nuevos espacios culturales, un hospital veterinario, menos burocracia, una cueva, un «Espai de la memòria» en el puerto, un departamento de política lingüística, y, por supuesto, desestacionalizar la playa.

Son solo unas pocas de las incesantes promesas electorales que salen de la chistera de los partidos y lo único que puede decirse con seguridad de ellas es que muy pocas se cumplirán. Si la mecánica electoral dejará en el dique seco a la mayoría, eso no significa que las del partido o los partidos que finalmente gobiernen se llevarán a cabo. De hecho, las promesas electorales se presentan sin detallar su coste, ni su origen, sin argumentar su grado de viabilidad o necesidad objetiva en relación con los recursos disponibles y sin ofrecer garantías ni plazos de ejecución porque están pensadas para la distracción del público, no como sólidos cimientos de políticas futuras. Por eso, menos la de desestacionalizar la playa, un clásico del ilusionismo electoral, las promesas electorales cambian tanto de una campaña a otra.

A falta de debates, en el terreno se multiplican los conejos (más numerosos ya que el número de jabalís) que parecen salidos del cuerno de la abundancia. El que no lleva un fajo de billetes entre los dientes, aparece con un cheque en blanco, como en los viejos tiempos. Si algo indica la plaga de rumbosos conejos electorales que sufriremos hasta el próximo fin de semana es la inclinación transversal y, al parecer, fatal de la clase política local a prometer hasta meter y a disparar con pólvora del rey. Porque el problema no es que las promesas electorales rara vez se cumplan, sino que sean tantas, todas ellas supuestamente deseables y potencialmente realizables. Menos mal que, a fuerza de rascarse el bolsillo, el personal va aprendiendo a ubicar correctamente a los locos conejos de campaña y prefiera verlos, más que en un programa de partido, en la paella.