Color local
Ximo Puig y el rearme ideológico

Puig, Prieto y Morera, en el acto del miércoles en el Palau Ducal de Gandia. / Natxo Francés
OPINIÓN / J. Monrabal
El miércoles hubo lleno total, como estaba previsto, en el salón de Coronas del Palau Ducal, que acogió la charla entre Enric Morera, Ximo Puig y José Manuel Prieto en torno al libro del ex president Una idea d’esperança. Fue una ocasión que demostró tanto que en la ciudad existe interés por los debates públicos como su escasez, pues esa clase de encuentros políticos son raros en Gandia.
En perspectiva, la trayectoria del Botànic se verá en el futuro, y puede verse ya el regreso a la normalidad política de un territorio que, como diría Fuster, no acaba de «ser», atrapado entre el sucursalismo de una derecha cada vez más reaccionaria y una izquierda que, como se vio en mayo, vende con dificultad sus propuestas de progreso y su gestión, por eficiente que sea.
Puig ha sido, con diferencia, el President más digno y solvente de cuantos han pasado por el cargo, como lo han sido los dos gobiernos del Botànic, pero su más que notable recorrido político, después de ocho años, no bastó para revalidarle en las urnas en mayo. A pesar de que el PSPV fue el único partido progresista que subió en votos (un 8,5%), no hubo trasvase de papeletas suficiente entre la izquierda: tras el caso Oltra Compromís perdió un 20% de votantes, Podemos el 60% y la abstención fue un 6% mayor que en las elecciones anteriores. Que todo eso ocurriera tras ocho años de gobiernos estables que habían hecho del «poder valenciano», y de Puig en particular, un referente en el tablero político nacional «en la mejor época del autogobierno valenciano», como dijo el exPresident, es lo que hace de la victoria del bloque reaccionario un fenómeno inquietante.
En ese sentido, la coincidencia mostrada por Puig y Morera sobre la influencia del «pacto de la servilleta» entre PP y Vox en las elecciones generales de junio es más que discutible, pues ninguno de esos dos partidos hizo nada fuera de lo previsto, y la cuota de feísmo que rodeó ese acuerdo de gobierno no puede tomarse en serio como un factor movilizador aplicable al resto del estado. Mucho más interesante habría sido que Puig y Morera intentaran arrojar luz sobre las causas del fracaso electoral de la izquierda tras una gestión de gobierno más que aceptable frente a la derecha más dura de la historia de la democracia en la Comunitat Valenciana.
De modo que una de las cuestiones centrales del encuentro en el Palau Ducal fue justamente lo que se pasó por alto, lo que nadie preguntó: ¿en qué hemos fallado? Aunque el «rearme ideológico» propuesto por Puig sin duda tendrá que abordar ese interrogante, por ahora es demasiado impreciso para proyectar expectativas de futuro realmente fundadas tras una derrota electoral sobrevenida cuando, sobre el papel, se daban todas las circunstancias para que la izquierda reeditara un tercer pacto del Botànic y cuando hasta Mazón encontraba dificultades para criticar la gestión del President y a sus socios de gobierno. Esto constituye una novedad que fulmina los códigos democráticos en los que, en teoría, se sustentan los votos ciudadanos y que algunos han llamado «el síndrome de Barrabás», aunque esa expresión retórica no ayude a aclarar las cosas. Pero al menos sabemos algo: que los partidos que aspiren realmente a dar la batalla política en el frente de la izquierda tendrán que vérselas con un electorado en constante proceso de cambio que a menudo vota contra sus propios intereses, y no en vano Puig puso como ejemplo de ese fenómeno creciente en las democracias occidentales a la mujer argentina que se declaraba fiel seguidora del ultra Javier Milei, aunque le fuera a recortar derechos. «Alguna respuesta tendremos todos, pero el rearme ideológico es fundamental», dijo Puig.
La propuesta del rearme ideológico es lógica en un político de la generación de Puig, pero que sea suficiente por sí sola, o de fácil transmisión y arraigo en sociedades cada vez más despolitizadas, desinformadas y escépticas cuyos compromisos con los valores democráticos se debilitan progresivamente en todo el mundo ya es mucho más dudoso, porque es evidente que el racionalismo progresista no está funcionando en ningún lado como un revulsivo potente contra el riesgo iliberal. Pensar en cómo salir de ese endiablado marasmo o de lo que se parece mucho a una encerrona de la historia en mitad de un proceso de cambio cultural arrollador es el nuevo reto para una izquierda que a menudo ignora su propia situación de crisis y no siempre está dispuesta a aprender de sus errores. El miércoles, Puig y Morena, a su manera, lo intentaron en la presentación del libro Una idea d’esperança, lo que no es poco en estos tiempos de tan pocas ideas y de esperanzas truncadas.
Esa clase de encuentros políticos deberían prodigarse más en una la ciudad que por sus resultados electorales debería ser el centro natural del rearme ideológico propuesto por Ximo Puig. Pero con tantas misas y procesiones en el horizonte, tantos cofrades que atender, y tantas celebraciones falleras a las que asistir no es probable que al gobierno local le quede tiempo para organizarlos.
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