Color local

Això ho pague jo!

Una imagen del Museu Arqueològic de Gandia.

Una imagen del Museu Arqueològic de Gandia. / Àlex Oltra

OPINIÓN / J. Monrabal

Esta semana conocíamos la noticia de que el Museu Arqueològic de Gandia (MAGa) recibió 16.000 visitas en 2023. Esto de informar del número de usuarios de los museos locales no siempre se cumple en una ciudad cuyos gobernantes tienen la costumbre de meter dinero público en proyectos culturales que fracasan. Así ocurre, por ejemplo, con el Museu de Santa Clara, cuya importancia no deriva de su valor de uso sino de su valor de cambio en acuerdos público-privados que, si bien se presentan como muy productivos para «nuestra cultura», ni siquiera necesitan contar con público, privados de todo sentido y transparencia. De la mano de la coerción de sus usufructuarios y de la pusilanimidad política más inútil, el Museu de Santa Clara se ha convertido en un espacio semisecreto, espectral, que solo se sostiene en los delirantes discursos oficiales sobre «la cultura» local. De ahí que el convenio sobre la transferencia a la Iglesia de su gestión no incluyera cláusulas preventivas sobre su rendimiento y que, desde hace seis años, sus nuevos gerentes no informen sobre el número de visitantes que recibe. Lo único que recibe con toda seguridad el Museu de Santa Clara son los 30.000 euros anuales que rumbosamente le paga el ayuntamiento a la Iglesia por convertir un servicio público en otro opaco al que no se sabe cuánta gente va, lo que no parece importarle mucho al gobierno, sin duda persuadido de que quien paga, descansa.

Ahora se proyecta un nuevo museo, el de la «Semana Santa», también anunciado como otro logro «cultural» desde el ejecutivo, que ha comprado por 600.000 euros el local en el que se ubicará. Sin embargo, su importancia no parece residir ni en su necesidad objetiva para la ciudad, ni en su valor artístico real ni en su viabilidad (pues no se conocen estudios sobre tales cuestiones, ni se sabe quién costeará el reacondicionamiento del local) sino, como el de Santa Clara, en su valor transaccional. Una vez más, el dinero público se destina arbitrariamente desde el gobierno local a proyectos que en nombre de «la cultura», de «la tradición», o del socorrido «tejido asociativo local» entran de lleno en la lógica populista de plegarse a los deseos de determinados estamentos o colectivos sociales, financiarlos con cargo al presupuesto y presentarlos después como un servicio a la ciudadanía.  

Precisamente cuando las políticas sobre equipamientos culturales se encuentran en crisis, y especialmente las que afectan a los museos, Gandia, pese a su abultada deuda, sigue derrochando dinero público en iniciativas de campanario que se exhiben ante los ciudadanos como buenas y benéficas pero que son la coartada de una «retradicionalizació» social que en nada se distingue de las propuestas de la derecha más recalcitrante.

Nada menos casual que el gobierno anterior tomase a su cargo como un deber irrenunciable la restauración de templos propiedad de la Iglesia sin exigir ninguna contrapartida económica, o que el actual siga delegando también en la Iglesia la gestión del Museu de Santa Clara, añadiendo una propina de 30.000 euros al año, o que incremente el presupuesto de las fallas a partir de un ficticio interés general, o que compre un local por 600.000 euros para uso y disfrute de la Semana Santa mientras deja fuera de tanto derroche al CEIC Alfons el Vell, institución con la que, quizás por encarnar cierto espíritu ilustrado y no dar votos, nadie sabe qué hacer.

Sobre esos síntomas de agotamiento de modelos culturales hoy cuestionados por los expertos, el gobierno local se llama a andana como si ocurrieran en Vladivostok, mientras sigue apostando firmemente por políticas fosilizadas que bien podrían firmar los partidos de la oposición, que esperan cosechar en el futuro los frutos del terreno que con tanto ardor abonan y roturan, de sol a sol, sus adversarios políticos.

A la usurpación, revalorización y promoción institucional de esa cultura de cerrado y sacristía, teja y mantilla, pasacalle y traca, que otorga a las expresiones religiosas populares y al folclore local carta de ciudadanía preferente y una influencia política inédita en la ciudad José Manuel Prieto le llama «avanzar». Pero todo indica que avanzamos sociológica y culturalmente bajo el abrigo ideológico, más que de partidos progresistas del siglo XXI, de doña María José Catalá, alcaldesa de Valencia, que esta semana reprochaba a Joan Ribó su ausencia de la misa y la procesión en honor de San Vicente Mártir. Reproche involucionista que Catalá, ciertamente, no podría hacer al alcalde de Gandia, quien, pese a su proclamada «moderación», ya acumula un inmoderado número de misas, procesiones, genuflexiones, atenciones y donaciones a la Santa Madre Iglesia y a los oficiosos representantes de la Tradición, mientras sigue avanzando hacia los usos y costumbres de la derecha eterna, con una mano firme en el timón y la otra en la chequera, gobernando para todos, pero por orden de preferencia, y descansando de sus bizarros esfuerzos en los caladeros de votos preceptivos, sin reparar en los destrozos que provoca.

Al gobierno le ha alcanzado ya el eco del famoso graznido, santo y seña de esa derecha indomable que hace unos meses nos decían que había que parar: «Això ho pague jo!». Y si, como se anuncia, lo mejor está por llegar, es que igual también vuelven los toros.

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