Color local

El año de Franco

El presidente Sánchez, en el acto de "España, 50 años en libertad"

El presidente Sánchez, en el acto de "España, 50 años en libertad" / Levante-EMV

J. Monrabal

El gobierno central ha organizado más de cien actos para conmemorar a lo largo de 2025 los 50 años de la muerte de Franco bajo el lema “España en libertad”. La medida ha sido descalificada en bloque por la derecha y la ultraderecha, que han denunciado las celebraciones previstas como una maniobra de distracción del “sanchismo”. Entre condenar el sanchismo o el franquismo, para las derechas hispánicas no hay color, y nadie se las imagina montando nada parecido a la movida de Sánchez, con Isabel Díaz Ayuso vestida de Mariana Pineda, Feijóo dando vivas a Azaña y Abascal animando la fiesta, tocando el bombo de Manolo, con una camiseta que pusiera “LOVE”. En honor a la verdad, tampoco se imagina nadie a Felipe González siguiendo el cortejo fatigosamente, apoyado en su bastón, ni a García Page, ni a Prieto, que para estas cosas de la memoria siempre tiene la agenda ocupada, como el Rey, o está en misa, rezando por Gandia, por encima de las ideologías.

Como se ve, los cambios producidos por la Transición, dejaron páginas por pasar y puertas por cerrar (y por abrir) que todavía hoy forman parte de la decoración. A la posteridad legó Franco un partido creado por ministros de sus gobiernos, una restauración monárquica aún cuestionada, ciertas estructuras de poder muy rocosas y un conjunto de moldes mentales de hierro. Tal vez por eso, ni siquiera la construcción mítica de la Transición ha resistido el paso del tiempo, y su examen crítico por las generaciones nacidas tras la muerte de Franco impide hoy que sea vista como un relato fundacional canónico. No era fácil porque, después de todo, la derecha española se creó en torno a Manuel Fraga, el organizador de los “25 años de Paz” de un régimen que siempre justificó.

Como expresión de una mentalidad política cerrada, excluyente, proclive al pensamiento débil y a la mano dura, el espíritu del franquismo, nunca se eclipsó del todo y, como mito, ha superado ampliamente al de la Transición. Y si en 1993, el “franquismo sociológico” podía parecerle residual a un Diego López Garrido de visita en Gandia, lo cierto es que solo 25 años después se atrevió un presidente socialista a retirar la momia del dictador de su santuario en el Valle de los Caídos, y no sin reproches por parte de una derecha que nunca fue liberal y de una ultraderecha resucitada, también contrarias a la Ley de Memoria Histórica. Por lo demás, la “Fundación Francisco Franco” todavía sigue siendo una entidad legal, y la pervivencia de elementos “culturales” del régimen anterior puede verse hasta en Gandia, donde gobierno local (presuntamente “de izquierdas”) los explota sin complejos.

El resultado de la continuidad de esa mentalidad incombustible es que hoy la derecha legitima a Vox, pero no al Presidente del gobierno; que dice que hay que olvidar “el pasado” pero no deja de hablar de ETA y ha hecho del “¡Que te vote Txapote!” un grito de guerra electoral; que afirma defender la “concordia”, pero desprecia los consejos de Naciones Unidas en materia de memoria histórica y cuyos principios democráticos no alcanzan para sumarse a unas las celebraciones antifranquistas.

Se acusa de “estratégica” la medida gubernamental, pero eso es irrelevante, porque también el Sistema Nacional de Salud es estratégico. Lo que habría que preguntarse si es saludable o no, si sirve como fórmula pedagógica o no, si es una ocurrencia o si responde a urgentes necesidades de Estado.

El simple hecho de hacerse la pregunta ya es un síntoma de “morbidez democrática”, como decía Ortega, porque, ¿en qué principios puede sostenerse la negativa a conmemorar el más largo periodo de libertad (con sus imperfecciones y errores) vivido en este país? Un país en el que, como señala Josep Maria Colomer en “España, historia de una frustración”, “desde 1800 hasta 2018 ha habido una democracia mínima, durante solo un 33% del tiempo, en contraste con los periodos de democracia mucho más largos de Gran Bretaña (63%), Francia (59%), Alemania (56% desde 1868) o Italia (45% desde 1861)”.

Si además se piensa que tanto la Ley de Memoria Histórica como los actos de “España en libertad” son solo un pálido reflejo de la pedagogía de Estado que recomienda la ONU para ajustar al sistema y a los valores democráticos la memoria del franquismo, ¿de qué hay que hablar? ¿Cuál es la alternativa democrática? ¿Callarse, no hacer nada democráticamente? ¿Sumarse democráticamente al orfeón “fake” que ahora presenta una dictadura criminal como una etapa de “prosperidad y reconciliación”? ¿Celebrar democráticamente otra vez los 25 años de Paz de Fraga, que parece que vuelven?

¿De qué hay que hablar cuando la oleada neofascista (o posfacista, según Enzo Traverso) atraviesa medio mundo y ya ni Groenlandia es un lugar seguro? ¿Qué hay que discutir cuando esa marea involucionista ha encontrado en España a la vieja mentalidad en perfecto estado de revista, prietas las filas, alzada con furor contra el gobierno?

De Pedro Sánchez. Del perverso Sánchez.

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