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Jueces raros

. / Levante-EMV
J. Monrabal
Algunas actuaciones de jueces españoles están consiguiendo que “El proceso” de Kafka parezca “Mujercitas”.
Ocurrió con el juez del caso Errejón hace un par de semanas y ha vuelto a suceder con el que se ocupa del beso fatídico de Rubiales a la jugadora de fútbol Jenny Hermoso. Estos jueces tan castizos y nerviosos emplean un lenguaje extraño, una mezcla de exclamaciones deportivas (¡Sí! ¡No! ¡Vamos! ¡Venga! ¡Sigamos!) y frases fulminantes que hacen pensar en una dificultad innata para articular sus reprimendas con cierta precisión o sosiego, lo que no ayuda mucho a los lectores de Kafka, mientras cenan y ven la tele, a aumentar su confianza en la Justicia. Y no porque las constantes interrupciones y regañinas de esos magistrados carezcan de motivos sino porque si las formas les importan poco en casos expuestos abiertamente a la opinión pública, ¿para qué otro momento las reservan?
Según el CIS los españoles confían más en la Justicia y en la Constitución que en el Parlamento, el Gobierno o los partidos. Pero si se piensa que el 74% desconfían de la Justicia, según otra encuesta, el asunto empeora hasta el whisky doble o triple. Afortunadamente, ya nadie confía en las encuestas en general ni en las del CIS en particular, lo que nos devuelve a la casilla de salida del telediario, al mundo empírico de Santo Tomás frente al mundo quimérico de los sondeos, a los dos jueces nerviosos como exponentes de los hechos probados.
Puede que, pese a todo, lleguemos a la conclusión de que el empirismo informativo casero es tan poco fiable como las encuestas, y que acabemos creyendo sensatamente que deben de ser muchos, muchísimos más, los jueces que valoran la importancia de guardar las formas. Pero, a partir de la base empírica del telediario, resulta que el juez más comedido y formal, con una vocecilla de anciano que instintivamente provoca una reconfortante confianza en la ley, se apellida Peinado, lo que no nos devuelve otra vez a la casilla de salida, sino que nos empuja a salir corriendo con lo puesto hacia Joaquim Bosch y Martín Pallín, hacia gente, en fin, ante la que a uno no se le pone cara de imputado, de sospechoso o de sanchista.
Ni qué decir tiene que tanto Pallín como Bosch, siempre dispuestos a hablar abiertamente en los medios de comunicación de cuestiones jurídicas candentes, son casos raros en un gremio cuyo conservadurismo, corporativismo y hermetismo no son un secreto, como tampoco lo es la autoconciencia de su poder. De ahí que las infatigables, interminables y gaseosas pesquisas del discreto juez Peinado, o la movida contra el fiscal general del Estado hayan adquirido cierto aire de normalidad, y que, aunque Martín Pallín haya denunciado que “estamos ante un golpe de Estado judicial permanente”, esas graves declaraciones no hayan tenido resonancia en la judicatura.
A estas alturas, algunos ya nos conformaríamos, simplemente, con que los jueces más ruidosos aprendiesen un poco de educación y con que al perseverante Peinado no se le ocurra reemplazar a alguno de los desastrosos árbitros del VAR cuando acabe de peinar a la familia Sánchez. Porque todo es empeorable, la Liga es de lo poco incitador que va quedando y ya tiene bastante la afición con lo que tiene.
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