ADÉS I ARA. Arxiu Històric de Gandia

Miquel Batllori, in memoriam

El jesuita Miquel Batllori no solo fue un hombre sabio que vio reconocida su vida dedicada al estudio y a la historia, sino también un hombre que mantuvo una intensa relación con Gandia

El padre Miquel Batllori, abrazado al rector Justo Nieto, cuando fue investido doctor honoris causa por la UPV.

El padre Miquel Batllori, abrazado al rector Justo Nieto, cuando fue investido doctor honoris causa por la UPV. / Juantxo Ribes

Santiago La Parra López

Nunca deberíamos olvidar a «los pocos sabios que en el mundo han sido», como glosaba Fr. Luis de León, pero el 115º aniversario de su nacimiento es una buena excusa para recordar al jesuita Miquel Batllori i Munné (1-X-1909/ 2-II-2003), quien además mantuvo una estrecha relación, personal y profesional, con Gandia. Fue aquí precisamente, a la puerta del Palau Ducal, donde apagó su último cigarrillo. Desde entonces solo fumaría los puros que le llegaban de la Cuba natal de su madre, doña Paula Munné de Escauriza, de quien ya muy joven aprendió que «los papeles viejos de los archivos sirven para escribir bien la historia».

C. Gatell y G. Soler recogen de él en ‘Records de quasi un segle’ que «hi ha moltes coses de la llengua i tradició indiana dels meus avis a què encara em sento lligat». Pero en 1925 entró en la universidad «essent castellanoparlant i en vaig sortir catalonopensant» (oportunidad, por cierto, que no tuvimos otros mucho después, ya en el tardofranquismo). Lo que nunca abandonó fue el porte distinguido, parte de la herencia aristocrática de sus abuelos indianos, en su forma de vestir (suscitando, me consta, la envidia de ilustres colegas suyos también tonsurados) y unos usos sociales exquisitos, con un entrañable aroma de nostalgia. Usaba sombrero, a las señoras les besaba la mano y, si la narración de alguna anécdota incluía alguna palabra malsonante, delante de ellas la evitaba con la perífrasis «…y diciendo palabra que no entra en lenguaje de nobleza…». Su elegancia podía resultar un punto anacrónica, sí, pero no era impostada ni muchísimo menos hortera, sino algo natural, mamado, no improvisado para impresionar, de la misma manera que su enciclopédica cultura no devenía, en absoluto, pedante. El P. Batllori, pese a su tímida tartamudez, podía expresarse con soltura y seductora elocuencia en cualquiera de las lenguas más destacadas de nuestro entorno, incluido el latín, desde luego, en el que escribió la necrológica de su buen amigo y admirado Marcel Bataillon.

Su obsesión por el rigor (una bula, por ejemplo, no es lo mismo que un breve papal) le llevaba a precisar que en la Facultad de Filosofía y Letras (Derecho lo hizo por libre) fue alumno, que no discípulo, de Pere Bosch Gimpera y así mismo pudo asistir a las clases de Antonio de la Torre (maestro de Jaume Vicens Vives) y de Jordi Rubió i Balaguer, quienes le inculcaron el rigor metodológico de la tradición germánica en la que ellos, sus profesores, se habían formado.

Miquel Batllori pronunciando el discurso de agradecimiento.

Miquel Batllori pronunciando el discurso de agradecimiento. / Juantxo Ribes

En 1928, tras licenciarse en Historia con premio extraordinario, ingresó en la Compañía de Jesús movido, según sus propias palabras, «per un impuls més intel·lectual i voluntarista que sentimental», y el 16 de octubre cruzó la puerta del Palau Ducal de Gandía para hacer el noviciado. Aquí le sorprendió la caída de Primo de Rivera y él mismo me confió que fue el único de la comunidad que lo celebró. Cuando, siguiendo la secuencia cronológica de los hechos, le pregunté sobre la disolución de la Compañía de Jesús por la II República, me contestó con un escueto, pero muy elocuente, «fue un error», que cercenaba cualquier posibilidad de insistir sobre el tema. Con esa misma concreción «baltasar-gracianesca», podríamos decir, al P. Pedro Leturia, su antecesor en la cátedra de Historia en la Universidad Gregoriana de Roma, le confesó que la clave de su perseverancia en la Compañía se hallaba en su «humorismo trascendental». Su sentido del humor, adobado con una finísima ironía, era el de un auténtico gentelman y, puestos a elegir, en este terreno yo emplazaría al P. Batllori más cerca de Francisco de Borja que de Ignacio de Loyola.

Tras la supresión de la Compañía cursó los estudios de Filosofía y Teología en Italia. Aprovechó el exilio cisalpino para visitar en verano los archivos, tras la pista de los jesuitas expulsados de España por Carlos III en 1767, y de ahí salieron varias obras, que siguen siendo fundamentales sobre el tema, como su propia tesis doctoral sobre Francisco Gustà, apologista y crítico (Barcelona 1744- Palermo 1816), leída el año 1941, el ‘Epistolario de Finestres’ o ‘La cultura hispano-italiana’ de los jesuitas expulsos.

Desde entonces no dejó de trabajar, de modo que sus numerosos doctorados honoris causa más apropiadamente deberían denominarse laboris causa, como matizaba su buen amigo Francesc de Borja Moll. La Obra Completa del P. Batllori (que la Generalitat Valenciana cofinanciaba hasta que llegó Eduardo Zaplana) comprende ¡20 volúmenes… escritos con máquina de escribir y sin Internet! Y ahí no se incluye alguna de sus últimas publicaciones, como el interesantísimo epistolario ‘De València a Roma. Cartes triades dels Borja (1998)’, ejemplo no escogido al azar, sino barriendo para casa.

Esos 20 volúmenes abarcan cronológicamente desde el s. XII, para desmontar el origen real de la familia Borja, hasta el XX, con la figura singular del cardenal Francesc de A. Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona y uno de los cinco obispos españoles que se negaron a firmar la vergonzante y vergonzosa ‘Carta colectiva de los obispos españoles’ con motivo de la guerra en España (1 de julio 1937). Y geográficamente comprenden desde Europa a Hispanoamérica, en donde contempla desde la conquista a la descolonización. Ese amplísimo espectro espacial y temporal lo jalona el estudio de personajes muy diversos, desde R. Llull y Arnau de Vilanova hasta J. Balmes y el arzobispo leal de Tarragona, pasando por los Borja, Baltasar Gracián, quien, según el P. Batllori, se hizo escritor aquí, en Gandia, y jesuitas, como Gustà, Pou, Hervás y Panduro o el P. Juan Pablo Viscardo, quien alentó la emancipación hispanoamericana conspirando con el gobierno británico.

Con Pedro Ruiz, rector de la Universitat de València, y la alcaldesa Pepa Frau, en 1994.

Con Pedro Ruiz, rector de la Universitat de València, y la alcaldesa Pepa Frau, en 1994. / Juantxo Ribes

Personajes, pues, muy diversos, como no podría ser de otra manera, pero con un denominador común, del que yo creo que participaba también el propio P. Batllori, como he intentado dejar sugerido aquí mismo. Ese nexo creo apreciarlo en su carácter poliédrico, rico en matices y trufado de una rebeldía ordenada (no estridente, pero incómoda para el statu quo), que los llevó, a ellos, los personajes estudiados, y a él, el autor, a moverse con agilidad por el filo de la ortodoxia establecida y, por tanto, controvertidos, polémicos y con frecuencia mal comprendidos, inclasificables con una etiqueta o bajo unas siglas e imposibles de pintar con un único color. 

Los Borja, como bien conocemos aquí, son víctimas paradigmáticas de esa controversia historiográfica, o sea, de juicio histórico, y esto lo sabemos ahora gracias, sobre todo, a la clarificadora investigación del P. Batllori, con la ayuda inestimable, y expresamente reconocida por él, de don Lluís Cerveró. La família Borja (vol. IV de la Obra completa) viene a ser, entre otras cualidades, una especie de "Who’s who" imprescindible para moverse con soltura y seguridad por la maraña de parentescos de esta familia universal, construida a base de homónimos que se repiten en el desempeño de cargos similares y entre los que la tonsura eclesiástica no garantiza, ni mucho menos, la ausencia de filiaciones directas.

Como ciudadano e historiador, es una satisfacción constatar que la labor científica del P. Batllori fue reconocida en vida, cuando hay que hacerlo, aquí y allá, en Barcelona, en Madrid o en Buenos Aires, con las más altas distinciones: desde la Creu de Sant Jordi (1982) al Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1995), pasando por la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio (1984) y la Medalla d’Or de les Lletres Catalanes (1990). El P. Batllori fue investido doctor honoris causa por muchas universidades, entre ellas todas las del ámbito lingüístico catalán. Y, así mismo, fue miembro de todas las academias hispanas de la Historia, comenzando por la española y continuando por la argentina, que fue la primera americana en hacerlo.

Gandia supo estar a la altura de las circunstancias y no quedó al margen de estos reconocimientos. En 1996 le concedió la Medalla d’Or de la Ciutat y el 18 de mayo de 2001 la Universitat Politècnica de València invistió doctor honoris causa al P. Batllori en el Salón de Coronas del Palau Ducal, a instancia de la flamante Escola Politècnica Superior de Gandia.

El P. Batllori murió dos años después, el 9 de febrero de 2003, pero su recuerdo permanece vivo entre nosotros, alimentado por la gratitud ante su legado y la admiración hacia un hombre sabio, elegante y trabajador.

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