Color local
Siembra y cosecha

. / Levante-EMV
J. Monrabal
Como desde hace tiempo la chiquillería juega al fútbol utilizando la Puerta de los Apóstoles de la Seu como portería, el cura encargado de gestionar la comunicación del templo gandiense, que atiende al nombre de Paco Llorens, se hacía en este periódico una resonante pregunta dirigida al gobierno local: «¿Hay alguien al frente de las concejalías de Seguridad Ciudadana y Patrimonio del Ayuntamiento de Gandia?». Era como si el gobierno se hubiese preguntado en una rueda de prensa si en la Seu se predicaba la palabra de Dios o si el templo era la tapadera para montar aquelarres. Algo, en fin, que nadie hubiera imaginado hace un par de semanas, cuando nada anunciaba disensiones entre los representantes oficiosos de la Santa Madre Iglesia y el gobierno católico, apostólico y romano local.
Pese a que el mensaje de Llorens estaba bastante claro y se lo había hecho llegar hasta al alcalde (elevando una anécdota futbolera infantil a la categoría de Ofensa Intolerable), no pudo el clérigo de marras resistirse a rematar la faena, metiéndole al gobierno el dedo en el ojo, y moviéndolo con evangélica saña, dijo: «Se les hace la boca agua hablando de Patrimonio, declaraciones BIC, etc., pero son incapaces de solucionar los problemas reales que tiene nuestro patrimonio». Hacía mucho que no oíamos esa prosa primorosa, que se arroga no solo la propiedad del patrimonio, sino su pedagogía, por encima de los poderes mundanos, demasiado democráticos para ser respetables.
Me pregunto qué estaría diciendo hoy ese cura rezongón si los gobiernos de Prieto (el anterior y el actual) no se hubiesen arrastrado servilmente ante la Iglesia y sus representantes más asilvestrados, colmándolos de favores, de privilegios y de pasta gansa, de buen rollo y compadreo.
Me pregunto si han quedado atrás los felices tiempos en que el abad proclamaba en público que el gobierno local era el exponente de «una sana laicidad» y con una mano bendecía a Prieto mientras con la otra recibía los cheques de Prieto y de la Diputación, un maná de dinero público para pagarse el campanario, dispensando a la Santa Madre Iglesia de poner un solo euro en las obras, que Dios nos quiere buenos, pero no tontos.
Me pregunto qué ha sido de los días en los que hasta los Llorens de este mundo eran saludados por los socialistas como camaradas mientras intentaban colarnos al alimón el timo de «nuestro incomparable acervo cultural» y «nuestro rico patrimonio». Unos, comerciando con el opio del pueblo aún alojado en los pliegues de la tradición para rentabilizarlo en forma de votos, y otros pasando el cepillo por el erario público, como toda la vida, tras confirmar que la socialdemocracia posibilista, bien llevada, podía ser una ganga.
¡Benditos tiempos de años jubilares y ententes cordiales, vírgenes peregrinas y santos patrones encofrados, rosarios y breviarios, genuflexiones y exenciones, y de permanente exaltación de la religión verdadera! ¡Placenteros días en los que la confluencia de miras y de misas, de procesiones y las afinidades electivas (y casi electorales) entre el abad y la primera autoridad municipal parecían marcar una unidad de destino en lo universal!
¿Están acaso en riesgo todos esos logros ahora que algunos curas empiezan a toser y a abrir un par de palmos la boquita de piñón y a señalar al gobierno como a una pandilla de inútiles? Mientras a Prieto se le pone cara de Cristo de las Angustias, ¿no es el momento de recordar la alusión evangélica a la siembra y la cosecha? Aunque mejor será reírse, para no llorar. n
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