Punto y seguido

Sede vacante

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. / Levante-EMV

Enrique Orihuel Iranzo

Gandia

Hace poco, en una calle de Madrid, una mujer marroquí me pidió ayuda. Quería localizar a la propietaria del bolso que encontró junto a un contenedor de basura y no sabía qué hacer para devolverlo. Abrimos el bolso y encontramos una tarjeta de residente, la tarjeta sanitaria, llaves, una tarjeta de crédito y un blíster de ansiolíticos; no había dinero y no encontramos ningún número de teléfono. Era evidente que el bolso se lo sustrajeron de un tirón, se llevaron el dinero y lo dejaron tirado en la calle. La mujer marroquí hablaba español perfectamente y me dijo que llevaba treinta años viviendo en Madrid. Sentía la obligación de localizar a la propietaria del bolso, a quien imaginaba muy preocupada. Me explicó que si no la ayudaba no le serviría el Ramadán: sus ayunos y oraciones no tendrían valor... Recordé unas palabras del papa Francisco en las que decía que, nos guste o no nos guste, judíos, musulmanes y cristianos somos hermanos, porque somos hijos de Abraham.

La misericordia: tener el corazón abierto a la desgracia es, o debería ser, aunque siempre hay quien no lo entiende, patrimonio común no sólo de los cristianos sino de los hijos de Abraham. Y precisamente la misericordia ha sido el pilar de la predicación de Francisco: «Misericordia es el mensaje que tengo que dar como obispo de Roma».

Desde el primer momento anunció su misión al frente de la Iglesia mediante una imagen inspiradora: «Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas…». Así lo recordaba también el cardenal Giovanni Battista Re en el funeral del papa. Anhelaba una Iglesia deseosa de «hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de todo credo o condición, sanando sus heridas». El corolario de esa idea es un concepto que repitió frecuentemente: «una Iglesia en salida», no encerrada en sí misma, llamada a ser siempre «la casa abierta del Padre».

Las batallas dejan un paisaje pavoroso, una tierra baldía como la que describió Eliot. Y las heridas a sanar no son sólo las de las balas, bombas y misiles de Ucrania, Gaza o Sudán, con sus secuelas humanitarias. El ‘hospital de campaña’ también debe curar otras heridas: la miseria, hambre y enfermedad, el desamparo de migrantes y refugiados, la soledad y la desesperanza, las víctimas de la violencia y de las adicciones, el sufrimiento interno y profundo de las heridas del alma, del corazón y de la vida… Son personas que viven a la vuelta de la esquina, que necesitan que alguien las escuche y auxilie, necesitan encontrar abierta la «casa del Padre».

Francisco tropezó en su camino con reacciones enfrentadas y rechazo. Le acusaron de progresista, conservador, hereje, comunista, peronista… Fue sin duda ‘signo de contradicción’, lo que forma parte del ADN del cristianismo. Un columnista, J. F. Peláez, escribió hace poco que a Francisco «lo que de verdad no le perdonaron es que hiciera algo cada vez más extraño, que es tomarse en serio el mensaje de Jesús, el Evangelio. Por eso, en realidad, Francisco no fue ni un progresista ni un conservador. Fue otra cosa, que debería bastar: un buen cristiano».

Ahora la Iglesia Católica se encuentra en periodo de «Sede Apostólica Vacante», que finalizará a partir del 7 de mayo con la elección de un nuevo obispo de Roma. Ni las casas de apuestas, ni los vaticanistas expertos, ni los políticos, ni los cardenales electores, ni siquiera Trump o Tezanos, saben quién será el nuevo papa. No deja de ser paradójico que la Iglesia, que recoge todos los días críticas, burlas y acusaciones a diestro y siniestro, concentre estos días una atención global, no sólo de los cristianos, sino también de otras religiones, de agnósticos, descreídos, ateos, indiferentes e incluso enemigos declarados de la fe. Como dice el refrán, «algo tendrá el agua cuando la bendicen».

Francisco insistía en una petición personal: «recen por mí», y nos pedía «reconocer a cada ser humano como un hermano y buscar una amistad social que integre a todos». La buena mujer musulmana que encontré en Chamberí, decidida a ayudar a una desconocida, acudió finalmente a una comisaría. ¡Que Dios la bendiga!

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