Semblanza rockera de Àngels Moreno

Homenaje a la escritora gandiense recientemente fallecida

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. / Levante-EMV

José Pablo Bordás Reig

Gandia

En la emotiva despedida de nuestra amiga Mariángeles, su familia, generosamente, cedió el uso de la palabra –el don más preciado del ser humano- a los asistentes, pero uno no tiene reflejos y se quedó clavado en el banco. Ahora me arrepiento, aunque nunca es tarde si la pena es sincera.

Debí haberme levantado, porque nuestra amiga se lo merecía con creces, y proclamado, en ese preciso momento de sentimientos contenidos, que deseaba compartir un poema del universal poeta de Oliva, Francisco Brines. Lo recito ahora en voz baja, como si de una oración laica se tratase, revocando mi silencio: “Algo ocurrió de extraño, al medio día: / un estruendo de alas y un silencio. / A un tiempo seis palomas, las seis blancas, / hirieron de belleza una palmera. / Solo queda esperar a que la noche / más bella la haga aún, herida de astros».

Mariángeles ganó Flor de Cactus en 1986, con un relato que en realidad era una novela breve (la numeración de alguna de sus páginas estaba repetida, pues excedía del máximo permitido por las bases del premio), titulada «En tono menor», y encabezada por una cita de Estellés: «… i allargarem les mans / cercant grapats de temps / però el temps tampoc no hi era».

El recordado Damián Catalá, en su prólogo, vaticinó que «había nacido una escritora», acertando de pleno. A su prolífica obra me remito. Y continuaba diciendo: «Además de chispeante, cáustica, dinámica y mordaz, Mª Ángeles es una escritora cauta, observadora, emotiva, hipersensible, profunda y ligera a la vez». Y uno se atreve a añadir que además fue la fundadora, junto con Sebastián Denia, de una saga de artistas.

A la salida saludé a Joan Muñoz, y me dijo que acababa de comentarle a Juli Capilla, el flamante nuevo director del CEIC Alfons el Vell, que hubo un tiempo en que para llegar a ser concejal de cultura en Gandia, bastaba con ganar Flor de Cactus, como le sucedió a Mariángeles y a él, o ser nombrado miembro del jurado, como fue el caso de Antonio Arjona. Recuerdo que en el ejercicio del cargo, Mariángeles tuvo el privilegio de presentar, desde la admiración, a José Saramago, en la Universitat d’Estiu.

Y despidiéndome de Agustina Pérez y de Lola Sama, me vino a la memoria, como una revelación, que en los felices años de la movida y de las chicas Almodóvar, Ximo Vidal, en una obra de enamorados del teatro, en el escenario del Serrano, vistió a Rosa Orquín de marinerito, a Lola Miñana con una minifalda de infarto, y a Mariángeles de rockera, y ahora caigo en la cuenta de que «las viejas rockeras nunca mueren», solamente pueden ser «heridas de astros». Pues eso.

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