Lo nunca visto en Gandia de lo que casi todo el mundo habla
El descubrimiento del «nuevo» campanario de la Colegiata sorprende a los gandienses con una imagen del todo diferente a la anterior
La torre recupera ventanas que no tenía, se ha repintado y presenta ahora el aspecto que tenía hace dos siglos

El campanario de la Colegiata de Gandia, en una imagen de este jueves. / Levante-EMV
Carmen, una gandiense de 40 años, alza la vista en la plaza dels Apòstols de esta ciudad y, cuando contempla el campanario de la Colegiata, confiesa que le gusta. «Nunca lo había visto así, antes era más feo, con una imagen apagada y grietas y hierbas por todas partes». La mujer tiene toda la razón porque el campanario, al que en dos semanas se le retirarán los soportes del andamio que ha servido para su restauración, presenta una imagen que nadie en Gandia había visto antes.
Pero no todos comparten esa opinión. Aunque a los pies del monumento la mayoría de los preguntados por este periódico señalan una cierta indiferencia, «yo lo veo igual que siempre», dice Antonio casi sin detenerse, Carlos, que tiene 70 años, asegura que ni le gusta a él «ni a la mayoría de los gandienses».

Así se ve el "nuevo" campanario de la Colegiata de Gandia / Josep Lluís Rufat
Es obvio que hay opiniones para todos los gustos y cada día en la plaza Major los cafés más que con azúcar se toman con el debate sobre si se ha hecho una buena obra o todo es una chapuza. Incluso han intervenido entendidos que, a través de las redes sociales, o han alabado o han criticado el proyecto en el que se han invertido cerca de 800.000 euros.
Lo primero que hay que saber es que, efectivamente, el campanario es «totalmente nuevo». O, para ser exactos, es la misma imagen que pudieron ver los gandienses de hace dos siglos, poco después de que el fraile Onofre Trotonda culminara la parte más alta de la torre.
Dos son los aspectos que han llamado la atención y centran el «debate callejero» montado en Gandia. En primer lugar, y ahí casi todos coinciden en que ha sido positivo, se han descubierto las ventanas situadas en la base, tres por cada uno de los cuatro lados, del campanario primigenio que, entre los siglos XIII y XIV, levantaron los duques de Gandia, especialmente Alfons el Vell, el gran señor de aquel periodo histórico de la capital de la Safor. Esa base de piedra sillar incluía las ventanas por las que se escapaba el sonido de las campanas, y su aspecto era similar a las torres de muchas iglesias y catedrales construidas en esa misma época.
Cuando en el siglo XVI la duquesa María Enríquez, de la saga de los Borja, elevó la torre, las campanas ya pasaron a más altura, y más todavía cuando, en el siglo XVIII, Onofre Trotonda culminó la obra con otra estructura superior.
Con el paso del tiempo, esas viejas ventanas de la base quedaron sin función y se optó por cubrirlas, de manera que ahora renacen para reivindicar la historia del campanario, y la mayoría de ciudadanos confiesa que aportan belleza y antigüedad al monumento.
El segundo aspecto, y sin duda el que más polémica ha generado, es la pintura. De tener un campanario de color café con leche rebajado se ha pasado a una estructura «decorada» con un tono gris azulado, con marcas que simulan piedras montadas unas sobre otras y resaltan los orificios de las plantas en donde las campanas, que aún no están activas, anunciarán a la ciudad las horas, los momentos de la liturgia, las fiestas y los acontecimientos importantes.
«Es que ese color...», insiste Carlos, quien, pese a todo, reconoce no ser un experto ni alcanza a explicar por qué la nueva visión del campanario le resulta negativa. La explicación al nuevo color está en al hallazgo de los restos de pigmento durante la restauración, lo que llevó a tomar la decisión de restituirlo.
Por mucho que ahora se discuta sobre el resultado del pintado, es muy probable que en unas semanas, cuando toda la torre quede a la vista, el campanario vuelva a su eterna calma y se esfume el debate en el que, ciertamente, está enfrascado una minoría de ciudadanos.
Lo cierto es que Gandia ha recuperado una visión perdida hace doscientos años con la torre más singular de la ciudad y una de las más antiguas de la Comunitat Valenciana. Recorrerla con los ojos se puede hacer en unos segundos, pero ese ejercicio puede prolongarse horas si el observador se plantifica ante el gigante de 55 metros de altura y se dispone a ilustrar la historia de esta ciudad a través de lo que le dicta cada uno de los tramos del campanario. La ruta vertical va desde el siglo XIII hasta este 2025, cuando una simple restauración ha puesto de moda un hito arquitectónico, inmóvil testigo de un tiempo que se remonta al mismísimo nacimiento de esta ciudad.
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