José Miguel Borja, un hombre que cultivó el arte de vivir

. / Levante-EMV
Antonio Arjona Vañó
Cuando alguien como yo ha tenido el privilegio de ocupar un cargo público, yo lo tuve cuando la alcaldesa socialista Pepa Frau me ofreció ocupar la concejalía de Educación y Cultura, creo que siempre se te quedan deudas pendientes, cosas que piensas deberías haber hecho y no hiciste. Una de esas deudas que quedó en mi cabeza y también en mi corazón, es no haber reconocido en la medida de su enorme dimensión humana e intelectual a una de las personas que ya entonces tenía una trayectoria brillante y que con los años siguió sorprendiéndome por la pluralidad de sus facetas creadoras y la calidad de muchas de las obras que nos deja. Sus artículos, novelas, fotografías, libros iconográficos o la realización de varios cortos relacionados con la sociedad valenciana de la época de los Borja son muestra de su enorme dimensión polifacética.
En el periódico Levante-EMV publicó un sinfín de artículos de prensa que recibíamos con avidez porque nunca nos eran indiferentes. Utilizaba un lenguaje culto y transgresor que abordaba desde los temas de mayor actualidad en Gandia y comarca, como otros fruto de su desbordada imaginación, pero casi siempre envueltos en una especie de funambulismo mágico.
Es mi obligación reconocer el placer y divertimento que ha logrado transmitirnos a quienes nos hemos acercado a sus libros, especialmente a sus imaginativas novelas cargadas de verdad y de ironía. Casi todas ellas andan sin demasiado orden ni concierto en los anaqueles cargados de libros de nuestra casa o de nuestros hijos, siempre expectantes de lo que mi esposa Ana y yo celebrábamos como algo admirado, cercano y querido.
Creo recordar que fue "Lucrecia, mi amor", la primera novela que pasó por nuestras manos y nuestros ojos. Una novela que cabalga entre la historia y la ficción en la que entran y desaparecen personajes míticos como Martorell, Ausiàs March y otros notables cortesanos de la época dorada de la literatura valenciana.
"El misterio de la casa de la Marquesa", "El nieto secreto del General Franco", "El rey del azúcar" o "Allegretto a la turca", que consiguió el premio Ciudad de Valencia, son quizás las que se fijaron más en mi memoria sin que ahora me atreva a decir por qué. Lo cierto en que José Miguel Borja y su esposa Marisa Albi siempre estuvieron cerca, especialmente de Ana, mi esposa, a quien en múltiples ocasiones mostraron cariño y una cercanía que nos permitió conocer la faceta profundamente humana de ambos.
José Miguel nunca fue amante de reconocimientos. Alguna vez, pasados bastantes años desde que yo había dejado la concejalía, me atreví a sugerir que me hacía ilusión proponer que se le reconociera como Hijo Predilecto de Gandia. Estaba y estoy convencido de que méritos le sobran, pero se cerró en banda. Insistía en que él era un ciudadano más de esa ciudad que tanto amaba y a la que tanto legó.
Nadie somos perfectos, todos dejamos pasar cosas que nunca debieron quedar en un mero deseo.
Desde aquí queremos dar nuestro pésame a sus hijos y familiares.
José Miguel y Marisa siempre estarán en ese pequeño puñado de recuerdos entrañables que nos acompañan mientras vivimos.
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