Barreras que todavía son muros
Para las personas ciegas o con visibilidad reducida la ciudad sigue siendo una jungla
Se ha avanzado mucho en los últimos años pero han aparecido nuevos peligros como los vehículos eléctricos o el incivismo

Marifé García en la acera de la delegación de la ONCE en Gandia. / Josep Camacho
Josep Camacho
Marifé García (63 años), residente en Gandia, es ciega de nacimiento, al igual que su hermana gemela. Nacida en Navas de Jorquera, un pequeño pueblo de Albacete con poco más de 500 habitantes, con dos años sus padres ya la afiliaron a la ONCE y a los 6 años inició un periplo por colegios adaptados en València, Alicante y Madrid. La familia acabó trasladándose a vivir a València, donde aún sigue viviendo su hermana.
Pero Marifé se ha desenvuelto relativamente bien en la vida. Se licenció en Filología Hispánica por la Universitat de València, en una época donde la educación no era tan inclusiva, y es madre de un hijo de 24 años, que trabaja como maquinista de tren.
Toda su vida laboral ha estado ligada a la ONCE, primero vendiendo cupones y después tras ganar una plaza de jefa administrativa. Durante 26 años, desde 1988 hasta 2014, fue directora de la delegación de Gandia. Y hace 12 años se jubiló, ya que la ley permite a los invidentes totales hacerlo antes, si han cotizado lo suficiente.
Por tanto, con esa trayectoria y su perspectiva, Marifé conoce bien cómo ha evolucionado Gandia en materia de accesibilidad y comenta en este artículo algunas barreras, de todo tipo, que todavía existen pese a los avances y que se dan en otras ciudades. La charla tiene lugar en su querida sede de la ONCE de Gandia y además está presente el nuevo director, Pascual León, también de origen manchego y que a la sazón se ha estrenado en el cargo esta misma semana.
«Yo a Gandia le daría un notable, aunque todavía quedan muchas barreras pendientes, sobre todo en los barrios más antiguos», apunta Marifé. Una de ellas, por increíble que parezca, está en la misma acera de la sede de la ONCE, cuya rampa sí está adaptada para personas con movilidad reducida, pero no para las que tienen discapacidad visual, ya que debería incorporar un pavimento con una textura y un color diferente.
Como este caso hay muchos más en la ciudad, aunque es cierto que en los nuevos desarrollos urbanísticos ya se han incorporado estas normativas. Otro error garrafal que lleva a los ciegos de cabeza son los carriles bici en las mismas aceras con una simple raya pintada. Por cierto, la Fundación ONCE también presta asesoramiento a arquitectos, urbanistas o incluso técnicos municipales que tengan dudas en estas materias.
Otra reivindicación son los semáforos accesibles. Una ciudad como Gandia debería tener más, apuntan desde la ONCE. Pero es que la mayoría de los existentes llevan años averiados. Al respecto hay buenas noticias, ya que precisamente el viernes pasado, y gracias a la insistencia de afiliados como Marifé, el pleno aprobó una declaración institucional comprometiéndose a reparar 17 de ellos.
El sistema incorporado es el Cyberpass, donde el semáforo sólo emite señales acústicas cuando la persona ciega o con visibilidad reducida lo activa con un mando a distancia, evitando así molestias todo el día a los vecinos de la zona.
Pero las barreras van más allá de las arquitectónicas y en muchos casos son incluso más frustrantes. Por ejemplo, supermercados donde no ayudan a invidentes a hacer la compra, o centros de salud donde el turno se ve en la pantalla, sí, pero sólo avisa de él con un zumbido, sin que exista una megafonía que lo pronuncie entero.
Marifé suspende al transporte público de Gandia, «porque no anuncia las paradas con megafonía, y tanto La Marina como l’Urbanet tienen escalones muy altos». Veremos si en el nuevo pliego de condiciones que prepara el Gobierno local se mejoran estos aspectos. Más problemas: los bolardos: «Los llamamos mataciegos, sobre todo si están a la altura de la rodilla y son metálicos».
Y luego está la falta de civismo. «En general la gente es educada y te deja pasar, pero yo he tenido casos de personas que van mirando el móvil y se tropiezan conmigo, o incluso uno que me saltó el bastón sin inmutarse», señala Marifé.
En este capítulo habría que mencionar las terrazas de hostelería que no respetan los 1,5 metros desde la pared, e invaden la acera con sillas, barriles, maceteros u otros elementos. «Me he llevado por delante varios carteles de ‘menú del día’», se lamenta.
Una ciudad en la que han aparecido nuevos peligros: los patinetes y los vehículos eléctricos, los primeros porque serpentean calles y aceras, y los segundos por emitir un sonido casi imperceptible.
Desde la ONCE, que tiene más de 200 afiliados en la Safor, 15 de ellos ciegos totales, se sigue peleando por mejorar todos estos aspectos. Y lo bueno es que eliminar barreras no sólo beneficia a los discapacitados, sino a todas las personas con movilidad reducida, como los ancianos o las que van con un carrito de bebé o de la compra. Por eso merece la pena escuchar sus reivindicaciones.
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