La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha despertado los peores fantasmas de la guerra. Incluso, el temor a un conflicto con armas atómicas o a un desastre nuclear por los combates que se han librado junto a algunas de las centrales, como la de Zaporiyia, la más grande de Europa. El miedo a un percance o a un ataque deliberado que libere radiación sigue hoy sobrevolando el conflicto.

Pero mientras el mundo sigue angustiado el curso de la conflicto, y a un nivel muy diferente, pocas personas saben que la radiación está presente también en nuestra vida cotidiana. Estamos expuestos a ella, de diferentes formas, y hasta se produce en nuestros cuerpos, aunque en unos niveles muy pequeños.

En realidad, la mayor parte de la radiactividad en la Tierra tiene un origen natural y juega un papel en la vida en el planeta.

La radiactividad se genera cuando el núcleo de un átomo se desintegra, liberando energía. Sólo por ese hecho, el cuerpo humano, que está compuesto de materia, es de alguna forma radiactivo. Pero esa radiactividad no resulta en ningún caso significativa. Más importantes son otros tipos de radiación presentes en la naturaleza, aunque estos tampoco implican riesgos para los humanos, que podemos exponernos a ellos sin consecuencias.

Unos niveles muy elevados sí tendrían la capacidad de causar diferentes tipos de cáncer o mutaciones en nuestro ADN.

Radiación natural y radiación artificial

El sol y las estrellas, por su parte, emiten radiación cósmica que llega a la Tierra, donde se reduce sensiblemente por el propio campo magnético del planeta. Sin embargo, cuando viajamos en avión nos exponemos a niveles más elevados, sin que por ello dejen de resultar inocuos.

El propio planeta es una fuente de radiación por sí misma. Existen en él diferentes materiales radiactivos, como el uranio, sin capacidad para afectar por sí mismos a la vida humana. La radiación está presente incluso en plantas y animales que podemos llegar a consumir de forma habitual.

El ser humano también ha creado fuentes artificiales de radiación. Entre ellas se cuentan no solo la que se aplica en la generación de energía nuclear, sino también la que sirve a fines médicos, ya sean de diagnóstico, como los rayos X o los TAC, o terapéuticos, como la radioterapia, fundamental en el tratamiento de tumores.