De todas las procesiones de Domingo de Ramos, posiblemente la más curiosa es la que une las parroquias de Santiago Apóstol y San Josemaría Escrivá. Es, sin duda, la de los contrastes poderosos. Tradición y modernidad se dan la mano durante la apenas media hora que dura la romería.

La feligresía sale desde la primera de las iglesias, una pequeña ermita que forma parte de las contadísimas edificaciones de sabor rural que quedan en Beniferri. Un lugar en el que se pueden ver por igual casas de labor blanqueadas, modernas autopistas, fuentes añejas o el Casino. Desde allí, la comitiva baja por el Camino Viejo de Lliria. Hubo un tiempo en que esas calles eran la última parada antes de entrar en el «cap i casal». De hecho, el símbolo de Beniferri es un caballo, que recuerda las herrerías que habían por allí.

Los monaguillos anteceden a un grupo de feligreses vestidos de época simbolizado a los Apóstoles. Detrás, un niño representa a Jesús y lo hace en la forma que cuentan las Sagradas Escrituras: montado en un burrito. Dice el Evangelio de Mateo que «Jesús y sus discípulos llegaron al pueblo de Betfagé y se detuvieron junto al Monte de los Olivos, ya muy cerca de la ciudad de Jerusalén. Al llegar allí, Jesús dijo a dos de sus discípulos: «Vayan a ese pueblo que se ve desde aquí. Tan pronto como entren, van a encontrar una burra atada, junto con un burrito. Desátenlos y tráiganmelos. Si alguien les dice algo, ustedes responderán: "El Señor los necesita; enseguida se los devolverá."».

Por detrás, asociaciones de «scouts» y familias enteras llevando ramas de olivo, palmas artísticas o grandes hojas de palmera. Y como la tradición y la modernidad se dan la mano, un veterano feligrés entona los himnos religiosos justo al lado del párroco con un micrófono. Por delante, otro miembro de la organización lleva un amplificador para que los cánticos lleguen al otro lado.

El paisaje va cambiando rápidamente: de las viviendas rurales a las «colmenas» residenciales de la calle Ciudad de Córdoba. La procesión se hace casi a la aventura y se cruza una de las grandes avenidas pidiendo permiso a los automovilistas y cruzando cuando el semáforo se pone en verde. Después se atraviesa el Parque de Polifilo. El paisaje pasa a estar dominado por las grandes y modernas fincas y la imponente silueta del hospital Arnau de Vilanova. De los viejos rótulos de calles y las ventanas enrejadas se pasa a los menos poéticos depósitos de Air Liquide o el supermercado de Carrefour. También la iglesia de San Josemaría huele a nuevo. Es enorme y amplia. Ahí llega la comitiva y entra en el templo a celebrar la misa. El Jesús niño se baja del burrito y le dedica unas caricias. Resulta que es un burro-actor. «Por eso se ha portado tan bien. Ya se conoce estas cosas» dice su dueño, David Grau, un agricultor de Lliria que ha ido, también ataviado de época, conducía de la mano al animalito. «Tiene seis años y ya ha intervenido en, por ejemplo, L´Alquería Blanca». Resulta que en su granja tiene otros animales que han trabajado para el celuloide. Algunos de los feligreses, especialmente los más pequeños, se acercan a tocarle. Acaban de encontrar, en medio de la trama urbana, una especie casi desconocida. La misma que con la que Jesús hizo su entrada en Jerusalén. Aquí fue en Nou Benicalap, pero lo que importaba era el simbolismo.