Ricardo Rodríguez, Valencia

Una tarde que se inició con la repetición del concierto inaugural, a cargo de la misma orquesta y del mismo director, Lorin Maazel, pero con un auditorio totalmente distinto. Menos rigor, ausencia de protocolo y un millar largo de privilegiados que pudieron ver, de manera gratuita, aquello que los VIP$27s presenciaron apenas 24 horas antes.

Su momento de gloria casi coincidió en el tiempo con las primeras actividades programadas dentro de la jornada «popular» de los festejos inaugurales. La compañía Teatre de l$27Ull y una banda de jazzmen liderada por el mundialmente reconocido Perico Sambeat se simultanearon para ofrecer un espectáculo curioso, en el que la música se superponía a la acción y los fuegos artificiales a todos ellos. El estanque que rodea a l$27Hemisfèric fue el improvisado escenario en el que burbujas, globos y actores mostraron su arte a un público familiar. Los alrededores de la Ciudad de las Ciencias se convirtieron, por un momento, en algo parecido a un festival veraniego. Gente dispersa, sentada sobre el césped y mucha curiosidad, aunque poca implicación real en un espectáculo un tanto deslavazado. El jazz valenciano, representado por una alineación de auténtico lujo, demostró que puede y debe exigir un espacio en el flamante nuevo Palau de les Arts, un espacio que, en principio, está ideado para abrirse a otras músicas, aparte de la lírica y la sinfónica, ya otras artes, principalmente escénicas.

Mientras el jazz seguía su curso, centenares de músicos de bandas de Valencia y Castelló llegaban a su punto de encuentro. Muchos lo hacían indignados, tras recorrer, inmersos en el caos, el recorrido que se les había asignado para formar una supuesta rosa de los vientos que no fue tal. Ni las calles estaban cortadas ni nadie les sirvió de guía, pero aún así llegaron a los jardines de un río que, por un momento, se convirtió en una enorme sala de ensayo en la que miles de instrumentos sonaban al mismo tiempo. Dolçainers y percusionistas ocupaban también sus lugares mientras la actuación teatral concluía con la suelta de decenas de globos blancos y azules al cielo valenciano, ya casi anochecido.

Y entonces llegó Joanot, o, lo que es lo mismo, Llorenç Barber. Cuando la expectación era máxima y miles de personas se agolpaban con la intención de asistir a un concierto, comenzó una pieza musical difícil, indudablemente creada por un autor iconoclasta y provocador.

No era, seguramente, lo que muchos esperaban. De hecho, mientras discurrían los primeros minutos de la pieza, muchos seguían pensando que aquelllo no eran más que ensayos. La estructura de la partitura, obligada a coordinar a 24 bandas de música, 8 percusionistas y 21 grupos de tabal i dolçaina, sonó totalmente cacofónica durante la mayor parte de sus 43 minutos de duración. La cara de extrañeza de muchos de los músicos congeniaba perfectamente con la de la mayoría del público, que no daba crédito a lo que oía.

Un herido por restos de una carcasa

Los fuegos artificiales y el autobús de España 2000 que llamaba a acudir a la manifestación del próximo 12 de octubre terminaros de poner la nota surrealista en un concierto diferente, incomprendido por muchos y tomado a guasa por otros. «Parece un atasco». «Suena como si un equipo hubiera metido un gol». Reacciones escuchadas entre el público ante el impulso final, a base de bocinas, que protagonizaron los músicos invitados. Durante la tarde, una persona resultó herida tras ser alcanzada por restos de una carcasa, según fuentes del SAMU quienes no pudieron ampliar el estado del herido.

Un espectáculo multimedia, de luz, pólvora y sonido, cerró la fiesta de apertura del auditorio, testigo de un fin de semana de actos sin tregua.