"Aquí nos podemos ganar un sustento con las entradas que pagan los turistas y la venta de artesanía. Nuestra vida es mejor que en nuestra Birmania natal, donde el Ejército nos perseguía", afirma Ma Luank, de 25 años y madre de dos hijos.

Las "mujeres jirafa" reciben este nombre por los aros de cobre que rodean su cuello para alargarlo, lo que presiona los hombros hacia abajo y eleva la mandíbula, como si las portadoras mostraran una curiosidad perpetua por lo que les rodea.

Ma Luank vive en el poblado de Meta Man, en la norteña provincia de Chiang Mai, junto con otra treintena de miembros de la tribu padaung o kayan, que huyeron de la guerra y la represión a la que estaban sometidos en su país de origen, Birmania (Myanmar).

En Meta Man, la mujeres realizan las tareas domésticas, venden sus productos artesanales a los turistas, y juegan y corren por el poblado sin que los apretados aros les supongan ningún obstáculo aparente.

En total, hay unos quince poblados de padaung diseminados por el norte del país.

El pasado enero, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para el Refugiado (ACNUR) recomendó a los turistas que no visiten los poblados de los padaung en Tailandia porque considera que los convierten en "zoológicos humanos".

Sin embargo, miles de turistas visitan todos los años a las "mujeres jirafa", que posan indiferentes mientras son fotografiadas de forma incesante por los visitantes.

Vestidas con blusas blancas y pantalones bombachos, las mujeres padaung, una palabra que significa "cuello largo", se ganan el sustento con la venta de pañuelos, brazaletes o figuras confeccionadas por ellas mismas.

Los hombres del poblado pasan indolentes la mayor parte del tiempo y son los encargados de cobrar las entradas de entre 250 y 500 bat (entre 5,4 y 10,8 euros) a los turistas extranjeros; algo menos a los tailandeses.

Los beneficios de las entradas se reparten entre los líderes de la tribu, los operadores turísticos y las "mujeres jirafa", que pueden llegar a ganar unos 3.000 bat (62 euros) mensuales.

Luank, que llegó hace cinco años a Tailandia, explica que el dinero que su tribu recibe del turismo es su única fuente de ingresos, ya que no pueden trabajar en Tailandia por su condición de refugiados.

"Nuestros hijos van al colegio y tenemos suministro de luz y agua, pero el dinero del turismo nos es indispensable para el resto de necesidades", relata la mujer, que alumbró a sus dos hijos en Tailandia.

Al carecer de tierras para el cultivo de arroz, los padaung también han tenido que abandonar la agricultura, su principal actividad económica cuando vivían en Birmania.

"No me importa que me saquen fotos y, aunque añoro mi país, estoy contenta con la vida que llevo aquí", insiste Luank con una mezcla de resignación y complacencia.

La costumbre de alargar el cuello con anillos de cobre, que se remonta cientos de años atrás, tiene una finalidad estética y de identidad cultural.

Las madres deciden si sus hijas se iniciarán en esta tradición, que supone un ritual largo y doloroso en el que se van añadiendo anillos conforme va creciendo el cuello.

Iniciadas a edades tan tempranas como los cinco años, algunas mujeres han conseguido alargar su cuello hasta 30 centímetros tras embutirlo en 32 aros, que pueden llegar a pesar hasta cinco kilos.

Las mujeres padaung, con sus esbeltos talles y bellos rostros, pasean con gracia los anillos de su cuello, en lo que podría asemejarse a la versión asiática de las espigadas mujeres retratadas por el pintor italiano Amedeo Modigliani.

Existen muchas teorías sobre el origen de los anillos. Unas apuntan a que la costumbre nació como una medida de protección ante el eventual ataque de un tigre, al que espanta el brillo del cobre.

En contra de algunas ideas difundidas por los guías turísticos, las mujeres no mueren si se quitan los collares, aunque sí necesitan rehabilitación para recuperar la fuerza en los músculos del cuello.

Sometidas a la explotación turística, las "mujeres padaung" disfrutan de ventajas como la luz y el agua corriente, así como de ingresos regulares, algo impensable para otros poblados de minorías étnicas que viven como refugiados en Tailandia.