­El día ha amanecido y en los campos de la Ribera no hay collidors para recoger la naranja. En esta hipotética jornada sin inmigrantes, los comercios de cítricos van locos, y detrás de ellos toda la cadena productiva. Casi el 90% de la recolección de naranja en la Comunitat Valenciana la realizan los extranjeros, según datos del sindicato agrario AVA. «Sin los inmigrantes, la naranja se quedaría en el árbol», aseguran. También la uva se pudriría en las cepas (casi el 100% de la vendimia valenciana la cubren los inmigrantes) y las labores ganaderas se resentirían. «Ya hay muchos más pastores marroquíes que valencianos», dice AVA. En la Comunitat, el 55% de afiliados al régimen agrario es extranjero. En total, 37.500. Sin ellos, la agricultura valenciana se hundiría un poco más. «Es muy difícil que los españoles se sintieran atraídos por los jornales de un sector que paga lo que puede», explican fuentes de AVA.

Pero no sólo es la agricultura. En la Comunitat Valenciana hay 883.000 inmigrantes, un 17,4% del total de la población. Algo más de 200.000 están afiliados a la Seguridad Social; se calcula que otros 200.000 trabajan en la economía sumergida, aunque sólo sea una hora a la semana. Si toda esa mano de obra parase de la noche a la mañana se produciría «una hecatombe general», advierte el secretario de Inmigración de Comisiones Obreras, Ventura Montalbán.

Por ejemplo, en la hostelería. Avanza la mañana en el día sin inmigrantes y los bares y restaurantes de la Comunitat abren en medio de un caos. Falta entre un 15 y un 20% de la plantilla de cocineros y camareros. Las labores se complican más en los bares de barrio de las grandes ciudades y en franquicias como Mc Donald´s, Bocatta o Telepizza, grandes dependientes de la mano de obra extranjera. Además, hoy nadie come rollitos de primavera ni kebab: los chinos, los indios y los pakistaníes han cerrado. «La oferta gastronómica plural y cosmopolita desaparecería y el sector, evidentemente, se colapsaría si no hubiera inmigrantes», afirma el portavoz de los hosteleros valencianos, Vicente Pizcueta.

En el Mercado Central de Valencia sufren efectos similares. Según su presidente, Vicente Gimeno, allí funcionan una quincena de carnicerías especializadas en productos para inmigrantes. También hay una decena de puestos regentados por extranjeros. Pero no sólo eso quedaría paralizado. El personal que descarga los productos y lleva las carretillas a los bares cercanos no da hoy abasto, pues falta casi la mitad de la plantilla. Además, los vendedores echan en falta a numerosos clientes. «El Mercado Central seguiría funcionando, pero notaría mucho la caída de ventas», asegura su responsable.

Sin embargo, las naranjas, el almuerzo y las ganancias de los comerciantes quedan en un segundo plano. La huelga ha dejado a la Comunitat Valenciana sin empleadas del hogar y eso es lo que más quebraderos de cabeza está ocasionando a las familias: ¿quién cuida al abuelo, quién vigila a los niños, quién limpia la casa? Hay más de 13.000 extranjeras dadas de alta en la Seguridad Social en este régimen laboral específico, aunque nadie sabe con exactitud las miles de sudamericanas que se dedican al servicio doméstico sin ningún contrato laboral. Se estima que superan las 100.000.

«La llegada de estas mujeres ha facilitado la incorporación al trabajo de la mujer española», recuerda Ventura Montalbán, de Comisiones Obreras. Por ello, advierte el sindicalista, una hipotética huelga de inmigrantes derivaría inevitablemente hacia «una huelga doble». «Los inmigrantes pararían de trabajar. Y como consecuencia de ello, muchas personas valencianas también faltarían al trabajo para atender las necesidades primarias del hogar».

«Si se van aumenta el paro»

Medir el impacto económico de una jornada de huelga de inmigrantes resulta casi imposible, principalmente por la cantidad de economía sumergida. Pero hay dos datos interesantes que hacen frente al discurso xenófobo, que aumenta en estos tiempos de crisis y paro entre las capas más desfavorecidas. Uno: los inmigrantes aportaron el 60,4% del crecimiento de la economía valenciana en los años del boom (2000-2006), según un informe de Fedea y Grupo Banco Popular.

Y dos: si de la noche a la mañana desaparecieran los casi 900.000 inmigrantes de la Comunitat Valenciana, bajaría el consumo, se reduciría la demanda de bienes y servicios, las empresas necesitarían producir menos, habría recorte de plantillas y, como consecuencia inevitable, aumentaría el paro. Así opina el sociólogo Luis Die, responsable del Observatorio Valenciano de las Migraciones. «El trabajo y el consumo que aportan los inmigrantes no es un factor que agrava la crisis, sino todo lo contrario: ayuda a salir de ella», afirma con rotundidad.

Al mediodía de esta jornada de invisibilidad extranjera, las aulas (muy especialmente las públicas) se quedan semivacías por la ausencia de los 91.914 alumnos matriculados de origen no nacional. También están más desiertos que nunca los transportes públicos. Metrovalencia registra hoy una caída media del 10% en el número de viajeros. Más acusado es el descenso en los tranvías de los barrios periféricos. De consolidarse este descenso en los ingresos, Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana «no descartaría modificar los horarios» para reducir la frecuencia de paso del metro y el tranvía, según reconoce un portavoz de la entidad pública.

Cae la noche en esta extraña jornada sin inmigrantes y afloran pequeños detalles que a muchos escapan. Por ejemplo, que en las carreteras ya no brillan luces de neón. Todos los prostíbulos de la Comunitat Valenciana permanecen cerrados. De ello no tiene ninguna duda José Roca, responsable de marketing de la Asociación nacional de empresarios de locales de alterne. Según explica Roca, «el 98% de las mujeres que trabajan en locales de alterne son extranjeras. Otra cosa son los pisos privados y la calle. Pero los clubes tendrían que cerrar, y con ellos, pararían los servicios de limpieza, el personal de la barra, los proveedores de comida, la vigilancia…».

El mismo efecto dominó golpearía en mayor o menor medida a todos los sectores de la economía valenciana y, principalmente, a la vida cotidiana de sus habitantes. Aunque imposible de medir, la palabra «colapso» es la que más pronuncian todos los consultados. De hecho, mientras se dibuja este obligado escenario ficticio basado en datos, un deseo parece subyacer en todos los entrevistados: que amanezca pronto y los inmigrantes se echen a la calles de la Comunitat a trabajar, consumir y participar de la vida social. Los collidors de la Ribera, los primeros.