Enrique Amat

Llegado el tramo final de la feria de novilladas de Algemesí, el balance de lo que hasta el momento se ha visto lleva a pensar que el relevo generacional está muy lejos de llegar. La cantera de novilleros, salvo excepciones, es un erial, un desolado páramo. Parafraseando los famosos versos de la Canción a las ruinas de Itálica, de Rodrigo Caro, se podría decir del escalafón novilleril aquello de: "Estos, Fabio, ¡ay dolor!, que ves ahora, campos de soledad, mustio collado....."

El penúltimo festejo del ciclo tampoco constituyó una excepción.

Y eso que uno de los actuantes salió por la puerta grande, a pesar de que su actuación no pasó de la discreción. El presunto triunfador fue Gómez del Pilar, quien anduvo comunicativo ante el primero, en un trabajo en el que ligó pases con facilidad pero que estuvo presidido por la vulgaridad.

Y el estrambote vino en el quinto, un novillo cárdeno que salió de chiqueros con muchos pies. Tomó una vara con genio y mal estilo, cortó en banderillas queriendo siempre coger y llegó al tercio final encampanado y con inciertas embestidas. Su matador tuvo la virtud y la gallardía, eso sí, de plantarle cara y aguantar coladas y tarascadas sin venirse abajo. Pero no fue capaz de lidiar ni de someter a su oponente, en una labor movida, presidida por los trapazos, siempre quitándose, y que abrochó tocándole los costados al novillo y macheteándole los costillares con el estoque, en una estampa propia de una capea. Mató de un espadazo trasero, caído y contrario. A pesar de ello, le recompensaron con largueza.

Los novillos santacolomeños de Álvaro Martínez Conradi no dieron juego. Una raspa con cuernos el primero, distraído el segundo, que embistió sin celo ni raza, prodigó arreones la raspa lidiada en tercer lugar, fue y vino sin entrega el cuarto, muy mal lidiado, y el quinto resultó una prenda.

El francés Patrick Oliver anduvo por ahí, sin ton ni son ante el primero, en una faena interminable y mal rematada con las armas toricidas. Y se mostró más centrado y suelto con el cuarto, al que dejó siempre la muleta puesta y llevó muy cosido a los engaños.

La actuación del rejoneador Juan Manuel Cordero no cogió vuelo. Mató de dos puñaladas alevosas y se dio una vuelta por su cuenta.