Una de mis amigas celebra en unos días su aniversario de boda. Como últimamente anda algo a la greña con el marido, ha decidido ponerlo a prueba y no avisarle de que se acerca la fecha y es que, después de casi veinte años de matrimonio, todavía piensa que él debe acordarse. Ya le hemos dicho que lo único que se va a encontrar es una pelea porque evidentemente, o se lo recuerda con tiempo, o él no se va a acordar. «Entonces, tendremos una bronca», dice, relamiéndose ya al imaginar la escena… Ella dándole su regalo nada más levantarse con cara de inocencia y él deseando que le pase una apisonadora por encima. Y eso ya no tiene arreglo. Seguro que él le dice que pensaba darle el regalo por la tarde. Mentira. Que le está preparando un fin de semana fantástico pero que hoy no había ni una habitación libre. Mentira. Que ha reservado en un romántico restaurante pero para el próximo viernes. Mentira. No se va a acordar, y ella lo sabe como lo sabemos todas. ¡Pero, por Dios, si el año pasado se comprometió a comprar él las uvas de Nochevieja y acabamos celebrando el inicio del año con trozos de manzana..! Además, ¿alguno se acuerda si no se pone un bando? Pretender que los hombres caigan en estas cosas es como esperar que les salga de natural quitar las migas de la mesa después de comer. Imposible.

Así que después de haber vivido algunas fechas señaladas sin pena ni gloria por no haber conectado a tiempo las alarmas, yo ya no me la juego. Luego el marido y los hijos dirán, «si no hace falta; nos acordamos solos». Sí, ya; y yo me lo creo. Pero por si acaso, allá va: El viernes es mi cumpleaños. Este viernes. No dirán que no hay tiempo. Ah, y agradeciendo muchísimo los poemas, los dibujitos y la margarita que el peque arranca todos los años a última hora de la maceta de los vecinos, informo de que quiero un regalo de los que se abren, a ser posible ese suéter tan mono que vimos en un escaparate al que yo me agarré como si llevara ventosas en las manos. No pienso dejar nada al azar. Ante la posibilidad de que mi familia no lea esta columna, he llenado el frigorífico de «pósits» anunciando la fecha, y me estoy planteando hacer una foto al suéter del escaparate y pegarla también a los espejos de los cuartos de baño para que lo tengan claro. Qué materialista, dirán. Ya, ya, pero es que los míos son capaces de tomarse al pie de la letra lo del «con un beso me sobra» y ¿qué quieren que les diga?, me ponen los regalos. Además, es por su bien ¿Y el mal trago que les evito salvándolos de aparecer ese días con las manos vacías?