No son adjetivos gratuitos. Cuando convoca Blanca Fitera nada tiene que ver con cauces trillados, empezando por ella misma. Es curioso que esta mujer, madre de dos hijos varones ya adultos, desprenda un persistente aire joven, con una luz adolescente en el semblante que nunca se apaga. Es fácil, al verla, pensar en la niña morena y ágil que cantó Pablo Neruda, uno de sus poetas favoritos.

Y ciertamente, con la naturalidad irrepetible de los años primeros Blanca deja libre su imagen y se vuelca en el belén extraordinario al que dedica una semana de montaje, pero todo el año de invención, proyecto y preparativos. Ella no se plantea la bíblica población como un núcleo rural, sino como una ciudad laboriosa en la que florecen industrias artesanales de todo tipo. Catorce interiores plenamente invisibles permiten asomarse, por ejemplo, a una casa-museo de instrumentos musicales (traídos de sus viajes a Estambul) o un taller en el que las bolilleras se afanan en sus filigranas de encaje; admirar una pajarería con cientos de aves, o el mercado de las especies, o la manufactura de alfombras o los tejedores de chilabas. Todo, por supuesto, diminuto, pero en reproducciones milimétricas y formando parte de una instalación asombrosa, que requirió 24 kilos de escayola.

Un admirador asiduo de este insólito belén cada año diferente, es el escultor Miguel Navarro, que acudió a visitarlo detenidamente, por anticipado. Porque la tarde-noche de la gran merienda con delicatessen, regalos y roscón, estaba reservada al grupo femenino, constituyente de un gineceo de alto nivel.

Blanca, con un vestido de Nihil Obstat que parece pensado y cosido exclusivamente para ella -y adornado por uno de sus broches maravillosos- fue recibiendo junto a su hermana Laura, tan radiante siempre, a M.ª José Navarro, Viruca de la Fuente, Pilar Vázquez, M.ª José Gómez, Elvira Catalá, Mamen Rivas, Marisa Marín, M.ª Ángeles Fayos, Dulce Jiménez, Marisa Torrijos y su hermana, Amparo Lacombra y M.ª José Albert. Como Blanca dice: "Las mujeres solas, reunidas, tenemos otra forma espontánea de ver la vida y de contar las cosas. Y además, nunca nos arreglamos tanto y con tanto esmero como cuando lo hacemos para nuestras congéneres. Sólo una mujer es capaz de calibrar hasta el mínimo detalle la toilette de otra mujer".

Al final de la noche, después de muchas horas de charlas y risas, las asistentes pidieron un brindis a la anfitriona. Blanca aludió a la casa de Neruda en Isla Negra, con las vigas de la techumbre signadas por nombres de amigos. "Todas las mujeres -afirmó- poseemos una casa imaginaria semejante a esa, con los nombres queridos en lo alto, que nunca pierden su puesto, porque nos sostiene convivir con seres del pasado, que impulsan un camino esperanzador. Estamos dotadas para hacer hogares a la vez que consolidar la actividad propia, estudiar, trabajar, infundir aliento vital y, sobre todo, crear ilusiones".

Se alzaron, unánimes, las copas, en este estrado femenino, que sólo Ramón Pascual, el marido de Blanca, entrecruzaba cautamente; contrapunto discreto, inteligente y oportuno.