El expresidente del Congreso y de la Junta de Castilla-La Mancha, José Bono, rompió en 1992 con Alfonso Guerra y revela ahora los motivos para acabar su amistad con el entonces vicesecretario del PSOE, alguien que se creía "dueño de voluntades ajenas" y que era, dice, "un profesional, un perito en intrigas".

La conversación que mantuvo con Guerra el 8 de abril de 1992, en la que decide "no soportarle mansamente ni un día más" y terminar con una "situación de dependencia y subordinación", abre el primer volumen de los diarios de Bono, que llega a las librerías publicado por Planeta el martes 25 de septiembre con el título "Les voy a contar".

La Agencia Efe ha tenido acceso a varios extractos de esta primera entrega de tres volúmenes, en el que Bono repasa buena parte de los años noventa, el fin del "felipismo", las luchas intestinas en el PSOE o las relaciones de la política con la banca o la Iglesia.

El primer capítulo recoge la ruptura con Guerra, que le reprocha falta de lealtad y le acusa de haber organizado una cena en Toledo para "impulsar a (Narcís) Serra", que le había sustituido en la vicepresidencia del Gobierno de Felipe González.

"'Estuve a punto de prohibirla (la cena)' me dice. ¿Prohibirla? Se considera dueño de voluntades ajenas; Guerra tiene una idea del poder en la que sólo caben subordinados que le obedezcan o le halaguen", narra Bono.

"Guerra se cree más que los demás y, por supuesto, mucho más que yo. Lo más peregrino de la conversación es su teoría sobre la conspiración universal contra el partido, es decir, contra él", continúa, convencido de que el dirigente socialista "no soporta haberse ido del Gobierno y que el mundo siga girando como si nada hubiese ocurrido".

Fue el entonces presidente del PSOE, Ramón Rubial, quien animó a Bono a escribir un diario después de que éste le contara su cita con Guerra.

Meses después, en abril de 1993, continúa la lucha intestina en el PSOE y Bono recoge unas palabras de González: "Sin ánimo de desprecio u ofensa, Guerra está mal. Nunca le he dejado que su sectarismo se traduzca o se traslade a las decisiones de Estado. A todas las personas que no gozan de su confianza las considera desleales".

Según Bono, González coincide con su visión: Guerra "no ha asumido que le cesara como vicepresidente"; "desde entonces está intentando llevar adelante una política sesgada hacia la izquierda que considero equivocada y alejada de los intereses nacionales".

El político castellanomanchego también recuerda el fichaje de Baltasar Garzón en 1993, una "operación" montada por él y con la que pensaba que se borraría "de un plumazo el injusto estigma de corrupción generalizada" que pesaba sobre el PSOE.

Garzón, según Bono, también propuso a González "apartar a Guerra, que no vende ni una escoba", a lo que el todavía jefe del Ejecutivo respondió confesando que siempre había tenido importantes discrepancias con su segundo: "de acuerdo, lo que se dice de acuerdo, nunca estuve con Guerra".

Bono recoge la frustración de Garzón cuando Juan Alberto Belloch es nombrado ministro de Justicia e Interior en mayo de 2004 y revela las llamadas que le hizo para decirle que quería dimitir -había sido elegido diputado menos de un año antes y nombrado delegado del Plan Nacional contra las Drogas- y que sólo admitiría que se le ofreciera la Secretaría de Estado de Seguridad, algo que no conseguiría.

"No puedo seguir apoyando al presidente del Gobierno que me ha retirado la confianza. ¡Con lo que yo le he dado, con lo que yo he dado al PSOE! ¡Que no me reciba y no me tenga en cuenta a la hora de hacer estos nombramientos es inadmisible!", le dijo a Bono, que vio en Garzón un sufrimiento "anticipo de otros quebrantos y sufrimientos" para el PSOE.

Junio de 1994 y Bono almuerza con Pedro J. Ramírez, director de El Mundo, quien augura la derrota que sufrirá el PSOE en 1996 y vaticina que volverá al poder tras regenerarse en la oposición porque, le dice, "Aznar es una persona que puede hacer discretamente el papel de presidente, pero no tiene ninguna posibilidad de consolidarse por mucho tiempo, y mucho menos llegar a ser hombre de Estado".

El PSOE perdió las elecciones de 1996 y se hundió en 2000. Joaquín Almunia, secretario general del PSOE, fue el candidato a la Moncloa tras dimitir Jose Borrell, pero Bono revela que antes le ofreció el puesto a él.

"Puede ser que esperemos unos meses o que lo hagamos inmediatamente, pero debes ir haciéndote a la idea de que serás el candidato para las próximas elecciones porque no tenemos otra alternativa. Otra posibilidad es Javier Solana, pero con la guerra de Kosovo está achicharrado", le dijo Almunia en mayo de 2009.

Bono le aseguró que pensaría en su propuesta tras las elecciones autonómicas, que se celebraban veinte día después, pero le advirtió de que si era elegido presidente castellanomanchego no podía dimitir para optar a la Moncloa.

Según relata, Felipe González le insistió: "Estoy de acuerdo en que seas candidato. Debes decidirlo pronto. Mañana ceno con el grupo Prisa y trabajaré en esa dirección".

Todos habían viajado en el mismo avión a Bilbao para el entierro de Ramón Rubial y, cuando ya volvían, Rubalcaba bromeó con la situación: "Me dan ganas de quedarme en el aeropuerto porque si se produce un accidente yo sería el único sustituto de todos vosotros".

El libro es una suerte de acta notarial diaria con el que Bono, según señala en el prólogo, ha querido hacer un "ejercicio de transparencia" para mostrar a los ciudadanos cómo actúan los políticos.

Según apunta la editorial, ha suprimido "comentarios de carácter íntimo y maledicencias graves". Bono sostiene que "no es un ejercicio de prudencia", pero "sí un ejercicio de justicia, al menos de justicia con la verdad".

Charlas con el Rey

El expresidente del Congreso José Bono revela además algunas de sus conversaciones con el Rey, cuyo único suspenso fue en "Formación del Espíritu Nacional", cuando no supo dibujar una bandera de Falange; "creo que pinté una bandera republicana y me suspendieron", le contó.

En varios capítulos, el expresidente castellanomanchego reproduce historias del monarca, que recuerda, por ejemplo, que cuando se examinaba de bachiller pasaba vergüenza, porque se trataba de pruebas orales y sus compañeros, en ocasiones, "pateaban o protestaban" su presencia, "sin duda alimentados por padres falangistas".

Recuerda también el monarca en presencia de Bono su primer encuentro con Francisco Franco: "Tenía ocho años y me llevaron al despacho del caudillo. Yo me distraje un poco porque vi pasar un ratón y, por lo visto, aquello no gustó a Franco: 'Este chaval no hace caso a lo que se le dice'. Ya me contarás si no era para distraerse ver un ratón en El Pardo".

El diario dibuja también escenas del 23F, como cuando el rey cuenta, según recoge Bono, que no se fiaba de algunos generales, pero que tenía que "disimular para que no estallara el país". "Si no hubiésemos sido prudentes, nos explota España en las manos", añade el monarca.

"Manda que me suban unos huevos fritos"

Durante un viaje a Barcelona, la infanta Pilar, hermana del Rey, también le relató detalles de la jornada del golpe de Estado, que pilló a la infanta Margarita dormida.

"Mi hermana tiene la virtud de dormirse en una silla sin descomponer su figura y así estaba el 23F cuando se produjo un tremendo ruido que la despertó y, sorprendida, gritó al rey: '¡Los tanques, Juanito! Manda que me suban unos huevos fritos, que a mí me llevaran presa los militares, pero no me cogerán con el estómago vacío, ¡coño!".

Según la infanta Pilar, el general Alfonso Armada era un "maleducado" que "permanentemente dejaba con la palabra en la boca" a su hermana en las tertulias. "Claro, con ella lo conseguía porque era ciega, pero conmigo no", le dijo a Bono.

El Rey encomendó a la infanta Pilar que informara a don Juan de lo que estaba ocurriendo en Madrid, ya que se encontraba muy preocupado en Estoril y ella, explica, lo hizo "contándole lo que yo creía que estaba pasando, ya que a mi hermano no se le podía preguntar".

Dos meses antes de morir don Juan, Luis Reverter, entonces en Presidencia del Gobierno, regresa de Zarzuela y le apunta que el padre del rey no está tan mal como se ha dicho, "se ha levantado de la cama, está jugando a las cartas y pronto pedirá una ginebra".

El Rey había decidido enterrar a su padre en el Panteón de los reyes de El Escorial y Reverter tenía un cartapacio con el protocolo de la ceremonia, incluso con los invitados al sepelio. "¡Estos Borbones son ciertamente especiales! Hasta se preocupan de a quién debe invitarse a sus entierros", destaca Bono.