Todo el mundo parece tenerlo claro: la moda será joven o no será. Hay un relevo generacional ahí mismo, en puertas («nuestro» Juan Vidal dixit). Es en algún lugar entre los popes de la moda y los creadores emergentes (de las zonas D, Ego, 080 y demás) donde se encuentra esa generación. Y las vacas sagradas dejarán ahora que sean ellos los que tiren del carro de los segundos. Todas las pasarelas del planeta miran en esa dirección. ¿Acaso no es justo ésa la etimología de la palabra crisis? Valencia Fashion Week quiere subirse a ese carro.

Ayer dio por concluída una nueva edición (y van 15) a la que añadido el hastag de «descaradamente joven». Ya tiene la (re) definición. Y tiene el continente. Ahora falta el contenido (más descarado y más joven, menos de lo otro que aún se cuela). Y que no fallen las fuerzas (creativas y económicas). El cierre en sábado llenó las gradas. Sobre todo de gente joven, por supuesto. La organización dará ahora cifras—ya ha avanzado una: 265.000 entradas en el famoso streaming (retransmisión en vivo y tiempo real), lo que por lo visto es una barbaridad—, respirará satisfecha y aliviada (la vida en un ay) y empezará a preparar la próxima convocatoria. En un bucle de reinicio.

Volverán gestores y políticos a tirarse los trastos (en su doble acepción). Y, si no pasa nada, regresarán los desfiles el próximo invierno. Quedarán por el camino, como siempre, demasiadas energías gastadas por las ubres de la vaca (ahora escuálida) pública. Pero el director ejecutivo, Álex Vidal, insiste en que todavía es necesaria. Si es así, hay un atisbo de esperanza en las palabras pronunciadas anoche por la consellera de Cultura, María José Catalá: «Valencia es muy grande y, con la Valencia Fashion Week, mucho más».

Mientras tanto, mientras todo eso ocurre, la moda, con mayúsculas o con minúsculas, seguirá. Ajena a las grandezas y miserias que provoca. Como una gran dama.

Una moda donde nada es lo que parece (el sexo, las flores, los metales, el clasicismo de los patrones) le valió justamente el premio de zona D al sevillano Anel Yaos. Colección mixta con sastrería que se actualiza gracias a un estapado floral compartido entre hombres y mujeres (trench, faldas corola, trajes sastre) y una estudiada contención cromática (tierra, beige, verde). Volantes que crean volúmenes o aportan movimiento, mangas infinitas y una pieza-nido-árbol-madriguera formada por miles y miles de capas de tul. En color granizado de menta.

Melania Moya (Madrid) se la jugó al blanco. Túnicas, transparencias, plumas, perlas, encaje, tejidos lenceros. «Mujeres guerreras» complementadas en oro y plata. Fuerte fragilidad. Enneges (todavía cursando estudios de diseño tras Bellas Artes) se valió de los colores terrosos (caldera, ocre) y los más frios de los metales. Otro juego similar con los tejid­­­os —de linos o lonetas naturales a lurex y lamés—.

Jardines y castillos

Finalizada la zona D, ya por la tarde y dentro del calendario oficial, en el «jardín salvaje» que imagina Eugenio Loarce chicos y chicas comparten estampados florales, tapiceros y prints de cebra multicolor. El naranja holandés como color dominante. Motivos de pájaros y frutas que se complementan con destellos dorados, napa brillante y lentejuelas de gran tamaño. Sastres muy pitillo y tobilleros para ellos y para ellas vestidos lady que van ganando en volumen. Y que comparten espacio con un estilo bohogipsy de lánguidos vestidos de volantes con aires de los 70 y toques muy étcnicos.

Guillermo del Mar (Valencia, 1987) llegó con una colección con nombre de musa. Su Beatriz es en realidad una princesa imaginaria encerrada en una torre y el castillo, esqueletos falleros. Muy propio. Declinaciones de un «LBD» (el eterno pequeño vestido negro) con aplicaciones de piedras de colores inspiradas en las vidrieras, la única visión del mundo que se le supone a la dama presa. Sastres de pantalón tobillero.Bermudas (¿por qué se empeñan los diseñadores en ellas?). Blanco virginal. Blanco vs negro. Flores aplicadas. Rosas y azules babero. Encaje negro. Color maquillaje. Una ilusión óptica que no era tal: dos princesas prometidas idénticas, una en blanco, otra en negro. Dos modelos gemelas.

Lo de Anillarte no es para pasarela, la verdad, pero entretiene. Y ofrece algo diferente. Maku Martínez teje, si se tejiera con alicates, pequeñas anillas metálicas y crea una suerte de cota de malla dúctil. Con estas mallas —hechas de aluminio y neopreno y a las que da color— crea pequeños casquetes para la cabeza, tops, cinturones y hasta faldas, biquinis y triquinis. Incluso un vestido de noche en plata.

Miguel Vizcaíno se ganó el derecho a cerrar la tercera —y última— jornada de la décimo quinta edición de Valencia Fashion Week en su calidad de ganador del premio a la colección de la anterior cita de febrero. Su Julieta particular (Shakespeare inmortal) viste la nueva costura, limpia, clásica pero moderna. Íntegra en blanco y negro porque en una historia de amor tan bella y tran trágica «el color no existe».

La clave son los tejidos, los materiales. Mezclados en una misma prenda. Gazar de organza y gasas (la volatilidad, la fragilidad) se fusiona con raso (la suavidad) y el encaje (la feminidad, la fatalidad) con tejidos tecnológicos. El neopreno da cuerpo y el strass, brillo. El blanco representa la inocencia, la pureza y el negro, el drama shakesperiano. Austeros vestidos de princesa medieval, shorts lenceros, delicadas blusas cuajadas de pétalos. Fin de la cita.