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Recuerdos

La generación EGB

«Yo fui a EGB» es todo un fenómeno editorial y los iconos de los años 80 vuelven al mercado - Hasta que llegó la Logse de 1990 la vida de los niños españoles se organizaba en ocho cursos

Un libro de texto colgado en las redes sociales despertó, curiosamente, la memoria analógica de toda una generación, la que cursó Educación General Básica. Yo fui a EGB nació como una página de Facebook, creció como blog y se hizo libro. La nostalgia de Javier Ikaz y Jorge Díaz es uno de los fenómenos editoriales del año mientras Cuéntame y Ochéntame evocan la época en la pequeña pantalla, La 2 rescata Verano Azul, Eduardo Aldán anda por los teatros hablando de Espinete o Naranjito y se venden como churros las Polaroid o los relojes Casio.

¿Por qué este furor revival? En primer lugar aquellos niños son hoy la gente que dirige desde empresas a canales de televisión, la que «mueve» el consumo, los grandes prescriptores. Frente a la gran diversificación actual, en aquellos tiempos todo el mundo veía la misma televisión y casi merendaba igual, por lo que los recuerdos son comunes: El gran héroe americano, el chicle Boomer, Érase una vez, Naranjito y la Ruperta, Regreso al futuro, el rotring, los payasos de la tele... Por último, los egeberos fueron la primera «generación fetichista», vivieron el boom de las marcas y el nacimiento de grandes iconos.

«Yo soy de la generación de la EGB y tuve una mochila Perona. (...) Las bicis eran BH y las primeras zapatillas de deporte que tuvimos fueron unas Paredes. Veíamos solo TVE, sin embargo, podíamos elegir entre el UHF y VHF. Todos bebíamos gaseosa La Casera, Mirinda o Tang (...) A Sabrina se le escapó una teta en la gala de Nochevieja. A Alaska le dejaban presentar, con la bruja Avería y los Electroduendes, un programa para niños en la tele llamado La bola de cristal y lloramos a moco tendido cuando Chanquete se murió», escribía en el prólogo de Busque, compare y, si encuentra un libro mejor, ¡cómprelo! (Electa, 2009) Sergio Rodríguez.

Según la Ley General de Educación de 1970, y hasta que llegó la Logse en 1990, la Educación General Básica organizaba la vida de los niños españoles en ocho cursos. En la mochila viajaban los libros de Lengua, Matemáticas, Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Idioma extranjero, Educación Artística, Religión o Ética. Y luego estaba la Educación Física, con su plinton y su potro.

El portavoz de Esquerra Unida en el Ayuntamiento de Valencia, Amadeu Sanchis, nació y creció en el barrio marinero de El Cabanyal y allí estaba su «cole», concertado pero mixto y «de trabajadores». Llegó a «Primero» en 1977, con Suárez y la Transición. Recuerda que los libros de Literatura de Sexto o Séptimo ya traían aires de libertad, la Generación del 98 o del 27, pero en la clase de Historia «nunca se llegaba a la Guerra Civil ni a la Dictadura».

Sólo tenía que cruzar la calle para ir a clase y desde el patio „que era la terraza del antiguo Liceo Sorolla„ saludaba con la mano a su madre y a su abuela. La actual presidenta de la Asociación de Vecinos del Cabanyal, Pepa Dasí, era su «profe» de Lengua y Francés. Entonces se jugaba en la calle, en la antigua estación de la cadena y en el cuartel de la Remonta, al fútbol «y a tirarnos piedras con tirachinas». Eso sí, junto a la cama del concejal ya pendía un póster del Che que le trajo un tío de Cuba.

Juan Antonio Rodríguez Roca, Jarr, pintor, estudió en los Maristas de Algemesí y se pasó la EGB deseando acabar y llegar al instituto, «con ganas de huir». Se encontró, dice, al tiempo con los mejores y los peores profesores pero en aquel colegio todo le parecía «encorsetado, rígido». Allí no había amigas con las que compartir recreos y los niños solo jugaban al fútbol. No ha podido olvidar la imagen, un día de lluvia, de un pequeño de Párvulos arrodillado con los brazos en cruz en el patio o el bofetón que le pegó un día don Daniel «sin razón». Después, al darse cuenta del error, le tocó la mejilla y se lo «quitó». A pesar de todo, Jarr recuerda anécdotas que le hacen sonreír. «Una vez nos encargaron un collage de Papá Noel un viernes para entregar el lunes „su mente viaja en el tiempo„ y se me olvidó decirle a mi madre que había que comprar papel charol. El domingo me acordé, así que cogí papel de envolver regalos, envases de medicinas y tetrabriks, y lo hice». Llegó al colegio temeroso de llevarse una bronca monumental pero, cuando iba a abrir la boca para justificar su atípico trabajo, el profesor le hizo callar. Le puso un 10. En otra ocasión, había examen de catecismo. «Memorizar se me daba fatal», confiesa. Pero el maestro le pidió que se sentara en su mesa y, mientras todos hacían el examen, a él le encargó de los regalos del Día de la Madre de toda la clase. Cuarenta regalos. Los hizo y aprobó sin examinarse.

En el colegio de Juan Antonio había actividades optativas. Probó con taewondo. Duró dos días. Luego se pasó a ballet. Y más adelante a mecanografía. Recuerda la habitación de sus tías, que apenas eran ocho y diez años mayores que él, con las paredes forradas de pósters de Superpop. Aquel niño llevaba un artista dentro. Por eso cita especialmente a su profesor de dibujo lineal de Octavo, Luis Caballero. Fue quien le preparó para, años después, ingresar en Artes y Oficios.

El prestigioso cocinero Quique Dacosta recuerda aquellos años como los de «la libertad con los amigos. La familia al completo y caerme a la garganta en invierno tratando de pescar alguna trucha» en su Extremadura natal, antes de su llegada a Dénia. «Ya en la adolescencia, aún en Jarandilla „añade„ mis intentos frustrados de ligar. Y sembrar en el huerto y recolectar, como un premio de la Naturaleza. Pasear por el bosque o ir a por escobas para la fiesta de los escobazos con Juan Carlos y Luismi (mis mejores amigos)».

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