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La duquesa (POP)ular

Se metamorfoseó en pop y popular, se hizo y se dejó querer, se casó y se cansó de bailar y bailar y bailar, viruelas a la edad de las abuelas, carne de parodia y hueso duro de roer por sus desbocadas ganas de vivir. La duquesa se empeñó en buscar el alba en un país tan dado a los ocasos prematuros, se enfrentó a quien le intentó parar los pies, familia incluida, y no tuvo el menor reparo en casarse con un funcionario dando la espalda a quienes le ponían el monigote de inocente, inocente. Cayetana, aristócrata de alta cuna y cama baja que tuvo la nobleza de proteger a capa y espada el legado artístico de la Casa de Alba, sincera hasta decir basta y sin problemas para ir por el lado izquierdo aunque estuviera mal visto en los círculos ociosos de la aristocracia de rancio abolengo, deja el baile después de 88 años de danza continua, muchas vidas alimentando una sola memoria en la que hubo tiempo para todo y para todos, testigo de historias que pasará a la Historia, ese territorio donde no se presta tanta atención al timbre de voz o a los pelos o a las expresiones de los protagonistas, por sus virtudes como mujer que no se dejó atrapar por los fantasmas del palacio y decidió ser libre a su manera. Después de ella, la Casa de Alba no volverá a ser la misma. Será más sobria, más sombría. Cayetana se lleva la alegría de vivir. La que no se hereda.

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