¡No hay que aburrirse!
Rafael Prats Rivelles
Es hora de aburrirse. Las horas trascurren vacías, sin sentido. Me ha dado la sensación de sucumbir en mí mismo. ¿Por qué, si quiero ser persona libre, todavía útil a los que me rodean, mientras suena incesante la música de Jean-Philippe Rameau? ¿Por qué he de pasar por estos trances, unas veces entusiasta y otras sin emoción? El tedio invade mi ámbito y no busco ese anhelo, todo los contrario, busco la pasión por la vida, esa vida que se va, como se fue el viejo año, con fecha de caducidad.
No es tan complejo y, sin embargo, se manifiesta complicado. Se trata de una cuestión quizá de coraje. Me encuentro debilitado. Las fuerzas no son las mismas. Pero ¿qué es lo que puedo hacer, quizá saber utilizar la rutina como arma en beneficio propio? Quizá. Mi hijo se lamenta de mi situación, pues observa cómo con qué facilidad podría superarla. Me acerca a Bach, a Mozart, a Beethoven, a Chopin, a Shostakovich? y a sus músicas; me acerca a un universo que transporta al exterior? Mi hijo tiene razón, pero no resulta suficiente. Estos días he visto dos películas de Berlanga, Plácido y Bienvenido, Mr. Marshall, y no he leído libro alguno.
Me gusta escribir, sí, claro, con música de fondo. Y que me lean. Pero todo cansa al ser humano. Hasta Vivaldi me está fatigando. Escucho ahora su Gloria y me produce una cierta fatiga. Su repertorio coral fue descubierto entre 1926 y 1930, conocido por «los manuscritos de Turín», que contenían más de trescientas obras. Parte de los manuscritos se hallaba en un convento de clausura y el resto estaba en manos de un particular, cuyo material se repartía en dos lugares, por cuestiones de herencia. Con el aporte económico de un banquero de la familia Foà, se solucionó la cesión del material residente en el convento, pero hicieron falta muchas gestiones, y la intervención de la Iglesia, para que el poseedor del resto del material, un miembro de la nobleza descendiente de los Giordano, aceptara su cesión o venta a la Biblioteca Nacional de Turín, que es donde parece que se conserva en la actualidad. Lo que se descubrió el pasado siglo se conoce como Colección Foà-Giordano.
Esta inmersión histórica me ha permitido superar el aburrimiento, porque cuenta una historia atractiva que me ha recordado esa subespecie de novela negra que tanto movimiento ejerce en nuestras librerías y que hubiera interesado a mi amigo Alberto Soler Montagud volver a meter en misterios a Gustave Mahler de los que ya nos adelantó algo, metiendo en un enigma en El legado de un Titán.
Agradezco a todos a cuantos me ayudan a excluir de mi vida el aburrimiento. Con sus visitas, tertulias literarias y artísticas, gastronómicas y filosóficas, sobre todo; e incluso políticas. Que mañana los Reyes no nos traigan más desilusión.
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