La moda es un sector especialmente sensible. La moda aspira a hacer soñar, a rozar el arte incluso pese a su ser efímero, pero al final no deja de ser una cuestión de dinero. Y el prosaico capital „la falta de él„ se ha llevado por delante la pasarela valenciana. Valencia Fashion Week, que nació en 2006 fruto de la herencia de la Pasarela del Carmen, se apea. No puede garantizar una edición „la de febrero„ decente. La crisis, global, (no sólo económica pero sobre todo económica) que (casi) siempre la rondó ha podido al final con ella. La organización de VFW ha tirado la toalla.

Hacia las 13,30 horas de ayer hacía público el comunicado que impedirá que Valencia Fashion Week cumpla la mayoría de edad en ediciones: «La falta de inversión tanto privada como pública en la pasarela obliga a la organización a tomar la decisión de no continuar con un proyecto que no puede ofrecer unos estándares de calidad garantizando la máxima de la pasarela, que es la mejor promoción y difusión de las colecciones de los diseñadores a través de una plataforma profesional, y ello repercute negativamente tanto en los diseñadores como en la organización». Detrás de esta decisión, un declive que viene de atrás. La XVIII edición de VFW iba a celebrarse del 19 al 21 de febrero en las Atarazanas. La Generalitat „la Conselleria de Cultura„ tenía listo para la firma el convenio anual que aporta 100.000 euros (llegó a ser de un millón) a repartir entre las dos ediciones del año. El resto sale de patrocinadores privados que también han ido echándose atrás. La dirección de Sales Tatay, que se estrenó en la anterior edición, hizo números y no salían. O sí, pero la opción era hacer las cosas «mal».

Sales Tatay, quien se encuentra recuperándose de un accidente, señaló ayer que su intención había sido depender menos de la administración pública y dar a una Valencia «ansiosa de moda» la pasarela, pero que no ha sido posible. ¿Es el dinero el único motivo? Sales no niega que hay una conjunción de factores. La pasarela sufría por la cortedad presupuestaria, se resentían los montajes y el cast de modelos, pero además „y la última edición lo evidenció de manera cruda„ la fuga y/o baja de diseñadores (primero se produjo una escisión, los más exitosos saltan a otras plazas y a otros se los ha llevado también por delante la crisis). Cada vez había menos que mostrar. El descenso del listón de calidad ahuyentaba a su vez a la prensa especializada y a los patrocinadores «potentes» del sector. La pescadilla que se muerde la cola. Una situación que la organización no ha sido capaz de revertir.

Al final, dice Sales Tatay, «manterse en esas condiciones iba a repercutir negativamente en la imagen de la pasarela y de los diseñadores». ¿Es definitivo? A la organización le gustaría dejar una puerta abierta con vistas a 2016 (de momento, no se va a firmar el convenio, lo que significa que también «cae» la edición de septiembre) si la coyuntura económica cambia. Pero las posibilidades de volver a subirse al tren de alta velocidad, prácticamente tren bala, que es la moda, son escasas. Dimova, la otra asociación de diseñadores que se escindió por diferencias de criterio con Vidal, siempre ha ido por otra línea. Aunque no puede descartarse que surja una iniciativa distinta. Desde cero.

Álex Vidal, que antecedió a Sales Tatay y fue director ejecutivo de VFW durante 14 años, considera que, a pesar de todo, echando la vista atrás, todo el trabajo realizado no se perderá porque «de aquí ha salido gente muy buena que ahora está por todo el mundo, así que ha merecido la pena».

Atrás quedan ocho años, diecisiete ediciones, 487 diseñadores, 396 desfiles...