Buñol se convierte mañana en una inmensa Torre de Babel para vivir la tomatina, su fiesta más internacional. El tomate será el lenguaje universal de participantes de hasta 96 nacionalidades distintas que van desde Nepal hasta las Islas Vírgenes, pasando por Fidji, Barhein o Taiwan. Sólo el fútbol es tan universal como la tomatina.

Este año, la marea roja, la batalla mundial del tomate, cumple 70 años. Curiosamente fue en 1945 cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, pero cuando empezó otro conflicto mucho más divertido en Buñol. El tomate fue el arma arrojadiza, en lugar de balas y de bombas, y el único color rojo que tiñe las calles del pueblo huele y se siente de forma bien diferente. A alegría y diversión. Así de claro.

Para estos 70 años de historia, y a la espera de celebrar a lo grande el 75 aniversario, la organización batirá todos los records con la friolera de 160.000 kilos de tomate, diez mil más que el año pasado, que volcarán seis camiones, uno más que en la anterior edición.

Serán 22.000 las personas que puedan vivir en primera persona el evento, y se han agotado todas las entradas. Aunque la fiesta la disfrutará mucha más gente que sienten la fuerte llamada del tomate cada último miércoles del mes de agosto. Tal es así, que Renfe ha aumentado sus trenes con 2.500 plazas más en los de cercanías. El participante más mayor en la edición de este año tiene 74 años y el más joven, cinco, y, al ser menor de edad, irá acompañado por un adulto. Pero no se lo quiere perder bajo ningún concepto.

La tomatina comienza a las 10, con la tradicional cucaña en el palo enjabonado, y cuando suena la carcasa a las 11, los participantes en la batalla del tomate tienen una hora para teñirse de rojo. Este año se recuperará «El entierro del tomate», la procesión que pone punto final a la fiesta y que se prohibió en el año 1957 durante el franquismo.

Parte de la recaudación de este año se destinará para fines solidarios, de ayuda a la las asociaciones locales que trabajan por la igualdad.