Estamos atiborrados de información, pero no sabemos procesarla. Nos encontramos confundidos e indefensos por olvidar el smartphone en casa, estamos nerviosos ante la tardanza en la respuesta de un un whatsapp, nos deprimimos si el «me gusta» no aparece en el Facebook y si somos parejas inseguras sufrimos celos patológicos. En vez de estar felices con tanta información a nuestro alcance tenemos que ir al psicólogo. Un diagnóstico posible es que padecemos FOMO (Fear of Missing Out, en inglés), vamos, el miedo de toda la vida, pero ahora lo que nos inquieta es haber quedado fuera del grupo, estar al margen o sentirse desplazados.

Amaya Terrón, psicóloga clínica y de la salud con un máster en la European Foundation of Psychology y experta en ciberadicción, no culpa a las redes sociales del mal del FOMO sino del uso que hacemos de ellas y nos invita a un disfrute de una manera más sana de las oportunidades que ofrecen las nuevas tecnologías en este nuevo mundo de las relaciones virtuales que tantos empachos están produciendo. «No sabemos manejar tanta información porque no nos han entrenado para organizarla y procesarla», afirma.

Todo discurre tan rápido en nuestra sociedad que en la acera de enfrente de quienes padecen el FOMO están los que apuestan por el JOMO (Joy of MIssing Out, en inglés), decididos a desconcertarse a conciencia de la red. «Entre el FOMO y el JOMO yo me quedaría en el término medio, que como decía Aristóteles, es donde está la virtud», añade la psicóloga, convencida de que un buen uso de las redes sociales «no es solo beneficioso sino que fomenta el acercamiento a los amigos, facilita la ampliación del grupo de amistades y puede ayudar incluso en la búsqueda de un empleo o en la movilización de personas ante adversidades de todo tipo».

¿Quiénes están en el JOMO? «Suelen tener una personalidad rebelde que les hace decir basta: perderse cosas puede ser un gran placer», resume la psicóloga Terrón. En general, son personas con sus necesidades sociales cubiertas, con encaje para la frustración, poco impulsivas, sin una necesidad de satisfacción inmediata, capaces de controlar la ansiedad y con una alta capacidad volitiva y estabilidad emocional.

Los problemas que el uso indebido de las redes sociales produce no son menores. Muchos son psíquicos, pero tampoco fatan los físicos. A la consulta de especialistas como Amaya Terrón llegan jóvenes incluso con dolores en las falanges y las muñecas por abusar del whatsapp. Los hay que sienten ansiedad al olvidar el móvil y no estar conectados, algunos evitan el contacto personal y llegan a escuchar los bip-bip de la aplicación sin haber recibido mensaje alguno. La gama sintomática es ya muy extensa. Unos sufren de whatsapitis, y otros tienen nomofobia (terror a salir de casa sin el móvil), phubbing (uso excesivo de los dispositivos tecnológicos en presencia de otras personas a las que ignoran) o vibranxiety (consideran al móvil como parte del cuerpo).

Redes asociales

Estamos ya ante adicciones patológicas. Así como la sobreinformación produce desinformación, las redes sociales pueden convertirse en redes asociales. «Estar conectados no es más que una huida de la ansiedad que les supone estar sin las redes sociales», alerta Amaya Terrón, quien deja bien claro que «si descuidamos nuestro lado social más humano, que es el de la comunicación cara a cara, las redes sociales pueden alejarnos de quienes nos rodean».

Ser conscientes de que tenemos un problema es el primer paso para la curación. «Que la tecnología esté a nuestro servicio y no nosotros al suyo es la clave para disfrutar de las redes sociales», reitera con optimismo antes de dar unas pautas de desintoxicación digital que en la primera fase pasa por olvidarnos de Internet durante las noches y mientras comemos. «¿Seremos capaces de hacer este pequeño esfuerzo o estamos realmente enganchados hasta el punto de no poder controlar nuestros actos?», se pregunta.

De no ser así, nos hemos convertido en yonkis digitales. Podemos sospechar que existe una adicción a las redes sociales o a la tecnología cuando perdemos el control de nuestra propia conducta, cuando dejamos de hacer las cosas porque nos reportan placer y las hacemos porque si no las hiciéramos sentiríamos una ansiedad muy grande, cuando existe un deterioro de nuestra vida social o de la calidad de vida en general, cuando a pesar de ser conscientes del daño que nos hacemos seguimos conectados y negamos que el problema exista porque no somos capaces de pararlo. «En estos casos somos susceptibles hasta de sufrir el síndrome de abstinencia y por eso debemos asumir que tenemos dependencia y que por lo tanto somos adictos», diagnostica Amaya Terrón, especialista en tratar a parejas vulnerables a la influencia en sus vidas de las nuevas tecnologías que agudizan sus inseguridades y provocan celos patológicos.

Las redes sociales «actúan muchas veces como catalizador para las rupturas en parejas que sufren previamente problemas», advierte. Una persona es insegura en la relación cuando tiene que revisar el contenido de las redes sociales de su pareja para sentirse seguro y verificar que es respetada o querida. Esto pasa cuando se tienen sospechas, cuando la confianza hacia la pareja no es la adecuada o cuando se tienen miedos o inseguridades irracionales.

Entre el FOMO y el JOMO, entre yonki digital y el que pone tierra de por medio y deserta, hay el término medio de usar las redes sociales de forma inteligente y equilibrada, una asignatura en la que nos hemos aplicado más bien poco.