Hace 65 millones de años, un asteroide que impactó contra la Tierra acabó con los dinosaurios. Hace 108 años, otro arrasó una amplia área de Siberia. ¿Podría volver a ocurrir? Los astrofísicos estudian cómo prevenir un posible impacto, pero también investigan estos cuerpos celestes por lo que explican del universo.

Aquel 30 de junio de 1908, poco después de las 7 de la mañana, un objeto de unos 40 metros de diámetro entró en la atmósfera de la Tierra a gran velocidad y explotó sobre una remota región de Siberia, cerca del río Podkamennava de Tunguska. La detonación fue devastadora: liberó una energía equivalente a unas 185 bombas atómicas como la de Hiroshima; la onda de choque, al alcanzar el suelo, derribó cerca de 80 millones de árboles a cientos de kilómetros a la redonda; y la nube de gas caliente que provocó prendió incendios que ardieron durante semanas.

Durante casi un siglo, hipótesis para todos los gustos intentaron explicar qué había ocurrido aquella mañana: desde que la explosión se debía a un agujero negro e incluso que una nave alienígena habían chocado contra la Tierra, hasta que Nikola Tesla había sufrido un accidente probando una nueva arma eléctrica, muy poderosa.

Asteroides y cometas son "cápsulas del tiempo que nos permiten hacer una especie de arqueología del sistema solar", dice el astrofísico Pablo Santos

Lo que ocurrió en Tunguska no fue otra cosa que un asteroide de grandes dimensiones colisionó contra nuestro planeta. "Afortunadamente, ese objeto se desintegró poco antes de llegar al suelo en una zona muy aislada de Siberia", comenta Josep Maria Trigo, investigador principal del grupo Meteoritos, Cuerpos Menores y Ciencias Planetarias del Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC). "Tan sólo un pequeño retraso en su órbita de apenas cuatro horas -prosigue- hubiera hecho que impactara sobre San Petersburgo, lo que hubiera provocado una catástrofe humana".

Hace 65 millones de años, una de estas rocas espaciales impactó sobre Yucatán, en el golfo de México, y excavó el cráter Chicxulub, de 200 kilómetros de diámetro, que provocó la extinción de los dinosaurios y borró de la faz de la Tierra al 75% de las especies. Estos días, un equipo de científicos de la Universidad Nacional Autónoma de México está perforando un kilómetro y medio bajo el lecho marino para averiguar más sobre aquel evento. Episodios como esos "han pasado y pueden volver a pasar, la diferencia es que ahora tenemos misiones en marcha para intentar proteger a nuestro planeta", apostilla Josep Maria Trigo.

Imagen de un bosque arrasado tras el impacto del asterode en Tunguska. Foto: Wikipedia

Los ladrillos del sistema solar

Para los astrónomos, los asteroides y los cometas son los remanentes de los primeros ladrillos con los que se formaron los planetas del sistema solar, el vecindario galáctico en el que está ubicada la Tierra, hace unos 4.500 millones de años. Estos objetos chocaron unos con otros y se fueron fusionando hasta formar los primeros embriones planetarios y, decenas de millones de años después, los planetas, también el nuestro. Aunque no todos esos bloques fundamentales se unieron. Algunos quedaron sueltos, vagando por el espacio hasta hoy.

En la actualidad, parte de esos restos, con formas irregulares y tamaños que van desde pocos metros hasta unos cuantos kilómetros de diámetro, orbitan alrededor del Sol, entre Marte y Júpiter, en el llamado cinturón de asteroides, donde también se halla el planeta enano Ceres. Y otros lo hacen en los confines del sistema solar, en el cinturón de Kuiper.

El investigador J.M. Trigo saca meteoritos de un armario: uno parece mármol tallado; otro, roca volcánica; los hay livianos, otros pesados...

"Los asteroides son los objetos más grandes y rocosos", aclara Pablo Santos, investigador del departamento del Sistema Solar del Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Los cometas, en cambio, tienen un tamaño menor que los asteroides y son bolas de hielo y polvo, que también orbitan alrededor del Sol, pero con trayectorias muy distintas a la de los planetas, muy elípticas, que a veces les puede llevar unos cuantos años o incluso millones de años completar. Lo más característico de estos cuerpos es que cuando se acercan al Sol, el calor vaporiza parte del material de su superficie y aparecen las colas. ¿Se acuerdan de Halley?

"Estos objetos (asteroides y cometas) son cápsulas en el tiempo que nos permiten hacer una especie de arqueología del sistema solar", considera Santos. "Estudiar el pasado de nuestro vecindario nos ayuda a comprender cómo se formaron los planetas, e incluso nos puede dar la clave de los océanos y de la vida en la Tierra", añade. Y es que se cree que estos cuerpos espaciales fueron los vehículos que trajeron moléculas de agua a nuestro planeta y también las moléculas orgánicas que posibilitaron la vida.

"También nos dan pistas acerca de los exoplanetas, planetas que orbitan alrededor de una estrella más allá del sistema solar; nos permiten aprender más acerca de cómo se han originado. Quién sabe si con alguna tecnología que ahora desconocemos podremos visitar algunos de esos mundos tal vez habitables en el futuro o incluso si nos veremos obligados a emigrar a uno", dice Santos.

En el Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC), el grupo que lidera Josep Maria Trigo estudia qué materiales componen esos cuerpos de forma minuciosa. Este astrofísico impulsó la creación en España de una red de cámaras que monitoriza la entrada de bolas de fuego en la atmósfera terrestre y, a partir de la reconstrucción de sus trayectorias, calcula la zona en que han caído para intentar recuperarlas. También lideran un proyecto de seguimiento de asteroides potencialmente peligrosos que realizan con el telescopio Joan Oró, ubicado en el Observatorio Astronómico del Montsec, en Lleida.

"Tenemos muestras recogidas de unos pocos objetos del sistema solar. Y además somos el único centro en toda España ­experto en caracterización de meteoritos ­-cuando un asteroide no se quema por completo al entrar en la atmósfera y se deposita en el suelo se denomina meteorito- y el único repositorio a escala internacional de meteoritos de la NASA, recogidos en la Antártida, lo que nos permite estudiarlos en primicia", asegura orgulloso Trigo, al tiempo que comienza a sacar algunos meteoritos de un armario en su despacho. Algunos tienen formas bien curiosas y parecen trozos de mármol perfectamente tallado; o piedra pómez, o rocas volcánicas. Los hay livianos, pero otros pesan un quintal a pesar de su pequeño tamaño. También los hay que recuerdan delicadas filigranas de orfebrería.

Verlos cuanto antes

"Cada uno tiene ciertos patrones que son únicos y que dependen de cuándo se formaron y de las condiciones en que lo hicieron, y eso nos da pistas valiosas de su procedencia", apunta Carles Moyano, investigador predoctoral del grupo de Trigo.

"Al menos en los próximos 100-300 años no hay un asteroide que tenga un 100% de posibilidades de chocar contra la Tierra", asegura uno de los expertos de la ESA, Michael Küppers

¿Recuerdan 'Armageddon', la película de ciencia ficción de finales de los noventa protagonizada por Bruce Willis, Ben Affleck y Liv Tyler, entre otros? En el filme, la NASA descubre un asteroide tan grande como el estado de Texas que impactará contra la Tierra en tan sólo 18 días. En ese tiempo récord, la agencia americana traza un plan para salvar el planeta.

"Como película es buena, muy entretenida, pero tiene poco de ciencia", asegura Paul Abell, el astrofísico que lidera el grupo de investigación de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA en una entrevista telefónica con Magazine. "Necesitamos ver el asteroide como mínimo 10 años antes para estudiarlo, enviar una misión hasta él y decidir cuál es el mejor método para desviar su trayectoria. Y, ¡jamás nos plantearíamos volarlo como en el filme! ¿Imaginas la lluvia de pequeños objetos que caería sobre la Tierra? Sería peor el remedio que la enfermedad".

Ver un asteroide no es para nada sencillo. Al no tener luz propia y sólo reflejar en su superficie la que les llega del Sol, los hay muy oscuros y pequeños y lejanos, por lo que resulta muy complicado detectarlos. Los astrónomos escudriñan el cielo desde la Tierra y también desde el espacio para intentar dar con ellos. La NASA, por ejemplo, cuenta con una red de telescopios terrestres, así como con telescopios espaciales como WISE (las siglas en inglés para Explorador Infrarrojo de Campo Amplio) que, como indica el nombre, disponen de un campo de visión muy amplio, como el gran angular de las cámaras.

Bruce Willis encabezaba la expedición para salvar la Tierra en 'Armageddon'. Foto: Archivo

"Los asteroides se mueven muy rápido en relación con las estrellas del fondo. Por eso se necesita que el telescopio sea capaz de barrer una gran porción del cielo a la vez: tomamos varias fotos seguidas de una región y analizamos si hay algo que se desplaza a gran velocidad puesto que es posible que sea un asteroide", señala Abell.

Al detectar uno, intentan averiguar su composición, su estructura y su tamaño. Si tienen 10 metros de diámetro, por ejemplo, no suponen peligro alguno para la Tierra. Ahora bien, si sobrepasan los 20 metros, comienzan a ser preocupantes. Cada día, de hecho, penetran asteroides en la Tierra, lo que ocurre es que la mayoría o bien se desintegran en la atmósfera, o bien acaban cayendo en zonas poco pobladas o en el océano.

"Hoy en día podemos detectar todos los asteroides que están en la parte del espacio que podrían llegar a ser peligrosos para la Tierra, que tienen un tamaño de 100 metros o más. La meta es poder llegar a conocer todos esos asteroides peligrosos en este sentido", explica en una entrevista telefónica Michael Küppers, coordinador de operaciones científicas de la misión Rosetta y científico responsable de la misión AIDA (siglas en inglés de "evaluación de impacto y desvío de asteroide") de la Agencia Espacial Europea (ESA).

"Por el momento, no hay que alarmarse: sabemos que al menos en los próximos 100-300 años no hay ninguno que tenga un 100% de posibilidades de colisionar contra nosotros, al menos de los que hemos detectado hasta el momento", asegura Abell.

¿Preparados para un Armageddon?

Pero ¿y si de repente, como ha ocurrido en diversas ocasiones, se descubre un asteroide desconocido que viene hacia la Tierra? ¿Estamos preparados para hacerle frente o nos borraría del mapa? Diversos grupos de científicos en todo el planeta se dedican a estudiar estos objetos espaciales cercanos a la Tierra, e incluso la NASA y la ESA cuentan con programas para evitar que eso suceda.

"En la NASA estamos estudiando tres maneras de intentar desviar un asteroide de su órbita si descubrimos que uno es peligroso", tranquiliza el astrofísico Paul Abell

"En la NASA estamos estudiando tres maneras distintas de intentar desviar un asteroide de su órbita si descubrimos que es peligroso", anuncia Abell. Para empezar, explica, investigan la posibilidad de un impacto cinético: enviar un misil sin explosivo a gran velocidad hacia el asteroide con el objetivo de impactar contra él y desplazar un poco su trayectoria, lo justo para evitar que choque contra la Tierra.

La segunda opción, si se descubre con al menos dos décadas de antelación, pasa por tratar de remolcarlo. "Enviamos una nave que vuele muy cerca del asteroide, a unos pocos cientos de metros de la superficie. El objetivo es que la atracción gravitatoria entre la masa de la nave y la masa del asteroide, como si fueran dos imanes, consiga desplazar la órbita de la roca espacial. Sería una opción muy lenta, pero capaz de cambiar la velocidad y trayectoria del asteroide", explica Abell, que puntualiza que "no funcionaría con asteroides de gran tamaño".

Por último, de ocurrir alguna de las situaciones extremas que plantean las películas, las opciones son muy limitadas. "Hay quien habla de armas nucleares, aunque no es nuestra opción", asegura el astrofísico de la NASA. "En caso de tener que usarlas, no lo haríamos para destruir el asteroide, sino que explotaríamos el misil cerca de él para intentar desviar ligeramente su trayectoria. Esta opción no la estamos desarrollando, sólo hemos hecho alguna simulación por ordenador".

Además, la agencia americana desarrolla una misión conjunta con la ESA, la llamada AIDA. "Probaremos el método de deflexión o desviación de la órbita de un asteroide que por el momento está más avanzado, que es el impacto cinético", explica Küppers, de la ESA. Para ello, la agencia europea primero mandará una nave observadora, llamada AIM (por "misión impacto contra un asteroide"), para que durante al menos medio año espíe y caracterice el sistema binario 65803 Didymos, formado por un asteroide principal de aproximadamente unos 800 metros de diámetro y un satélite de 150 metros de diámetro.

A continuación, la NASA enviará una pequeña nave llamada DART que impactará contra la luna de Didymos con el objetivo de comprobar si esta técnica resulta eficiente para desviar asteroides con un proyectil. AIM, mientras, observará todo lo que pasa y lo monitorizará. Y para ello utilizará una serie de nanosatélites, llamados cubesats, que orbitarán alrededor del asteroide secundario. Precisamente Josep Maria Trigo, del ICE, es uno de los investigadores principales del proyecto Cubesats PALS, preseleccionado para participar en esta misión.

Recreación de la misión de la nave DART de la NASA. Foto: NASA

La misión AIDA "es un test del método y nos da una idea de su eficiencia", comenta Küppers. "Sabremos cómo de grande tiene que ser la nave y a qué velocidad debe producirse el impacto para cambiar el rumbo de un asteroide lo suficiente como para que no choque con la Tierra si está en curso de colisión", comenta Küppers.

La NASA, además, tiene en marcha otros proyectos que también analizan cómo desviar asteroides potencialmente peligrosos. "Soy el director científico de la misión que lanzaremos en el 2021 y en la que ya estamos trabajando. Queremos probar la técnica del ´tractor de gravedad´, explica Abell. "Lo que haremos será enviar una nave, que arrancará una parte del asteroide, un peñasco de unas 20 toneladas, por ejemplo, y usará la masa de esa roca y la de la nave para intentar, como si fuera un imán, mover el asteroide".

Una estación de servicio interestelar

Los asteroides también han despertado el interés de empresas privadas, como Planetary Resources, respaldada por Google, Microsoft o Dell, entre otras, que han visto en ellos una oportunidad de negocio. Y es que estos cuerpos son ricos en algunos materiales escasos en la Tierra, como los de la familia del platino, usados para fabricar piezas de electrónica, entre otros, o incluso minerales preciosos. Sin embargo, aún hay que resolver algunos obstáculos: por ejemplo, cómo llegarían estas empresas a los asteroides, aterrizarían en ellos, extraerían los materiales y serían capaces de traerlos de vuelta a la Tierra.

Lo que, por el momento, no parece tan futurista es la posibilidad de usarlos como estaciones de servicio interestelares. Algunos asteroides contienen un porcentaje elevado de agua; si fuéramos capaces de extraerla, se podría usar para beber o descomponerla en oxígeno y nitrógeno para respirar, o incluso crear combustible.

"Podremos usar los asteroides como si fueran gasolineras, para repostar, en las misiones tripuladas por ejemplo de camino a Marte. De hecho, el planeta rojo tiene dos lunas, Phobos y Deimos, de composición muy parecida a los asteroides. De poder explotarlas, las misiones se podrían simplificar y abaratar mucho, porque no haría falta enviar ni toda el agua necesaria, ni tampoco el oxígeno ni el combustible. Podríamos iniciar una civilización en el sistema solar", asegura Abell.

Mientras tanto, esperemos no acabar como los dinosaurios.