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Rossini, la huella española

Nueva indagación en la obra del músico italiano, que murió hace 150 años, después de un largo silencio operístico

Rossini, la huella española

Gioacchino Rossini se impuso un silencio cuarenta años antes de morir pero nunca dejó de crear y su música permanece tan viva como cuando la compuso. Es extraordinariamente buena y variada. Escribió óperas maravillosas, algunas de ellas de una complejidad vocal que parecían imposibles de cantar; obras religiosas, cantatas, himnos y coros. Su Stabat Mater es una pieza profundamente bella que lo distingue de esa alegre superficialidad en la que ha sido incluida de modo injusto muchas veces su música. Del mismo modo que tenía serios problemas intestinales y a la vez disfrutaba enormemente de la comida como el gran gastrónomo que fue, la música de Rossini parecía ideada para sufrir y disfrutar al mismo tiempo.

El silencio del autor madrugador y prolijo que siguió al estreno de Guillermo Tell ha sido interpretado de diferentes formas, probablemente ninguna de ellas del todo plausible: alejamiento de las nuevas tendencias musicales, cansancio, dedicación a sus negocios escénicos, etcétera. Dejó de componer óperas pero sin embargo nunca de escribir piezas musicales. Gozaba de una pensión vitalicia, era rico, amaba los placeres de la vida, simplemente no quería arriesgar su fama con nuevos estrenos y se dedicó en exclusiva a lo que le satisfacía íntimamente. Hay que tener en cuenta que entonces la admiración por Rossini superaba a la de cualquier otro músico. El mismísimo Stendhal había escrito una biografía de él.

Debido a su hedonismo hay quienes sostienen que si no escribió nuevas páginas inolvidables de la ópera fue porque le tiraba demasiado la cocina, la bella tavola. Se volvía loco por las trufas y los tomates secados al sol y con los grandes productos, al igual que con las notas, firmó monumentales sinfonías. Era tan delicado, paciente y enamorado de la comida que inyectaba en las pastas huecas foie y trufas cuando nadie lo hacía y conseguía resultados asombrosos. Rossini enamoró a la mezzosoprano Isabel Colbran hablándole de una nueva receta con trufas, no de El barbero de Sevilla, que justo se acababa de estrenar. Se desentendía de una partitura cuando le entraba el hambre o le venía a la cabeza una receta. Cocina y música siempre fueron sus dos grandes ocupaciones, pero la alegría del paladar era superior a la de cualquier placer auditivo. Los canelones al modo de Pesaro son los famosos canelones Rossini, rellenos de trufa y de higadillos de pollo, además de la ternera, y envueltos en nata y parmesano. Toda una receta internacional, lo mismo que el tournedó Rossini, que consiste en solomillo acompañado de lonchas de jamón, queso gruyere, salsa bechamel y vino de Marsala.

Ahora que se cumplen 150 años de su muerte, Fórcola acaba de editar un libro de Fernando Fraga sobre la conexión de Rossini con España que no fue poca y está presente en su obra y también en algunas de las grandes relaciones que mantuvo, como es el caso de la cantante madrileña Isabel Colbran, su musa, con la que contrajo matrimonio, el maestro de canto Manuel García, el banquero Alejando María Aguado, uno de sus mecenas, y el periodista Ramón Mesonero Romanos.

Fraga indaga en la inspiración española del genio de Pésaro que sólo visitó en una ocasión el país pero que sirvió para iluminar esa excepcional pieza relgiosa que es el Stabat Mater. Es el mismo estudioso de la ópera, autor entre otros de Maria Callas, al adiós de la diva, que el año pasado publicó la misma editorial que dirige Javier Jiménez y que se prodiga con algunos de los títulos más interesantes sobre música que se imprimen en este país. La fórcola es el brazo que sustenta los remos de los gondoleros en Venecia. Como escribió el poeta veneciano Tiziano Scarpa permite distintos ángulos, apoyos e inserciones. Igual que la línea variada de esta exquisita editorial madrileña.

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