Aún existen recónditos lugares en nuestro planeta de los que apenas comprendemos y entendemos sus particularidades. En concreto, hay dos conjuntos de islas en la Tierra que albergan sus respectivos y auténticos misterios: la primera acoge una de las mayores biodiversidades que se conocen, a pesar de su entorno. Y la segunda alberga unas curiosas estatuas de piedra que aparentan ser las guardianas del océano. Situadas a más de novecientos kilómetros de Ecuador, las islas Galápagos son, probablemente, las más espectaculares del océano pacífico. Con trece islas principales y una gran cantidad de pequeños islotes, acogen a una inmensa variedad de especies animales, tanto terrestres como marinas. Entre ellas, el famoso reptil que da nombre al conjunto de las islas y que puede vivir más de cien años. Pero las Galápagos no son un paraíso terrenal. Con fuertes corrientes durante todo el año y apenas vegetación debido a su origen volcánico, su paradoja radica en la cantidad de vida que alberga a pesar de su extrema hostilidad. Quizá este hecho fue uno de los principales factores que inspiraron a Charles Darwin para elaborar su teoría de la evolución, pues cuando el naturalista desembarcó en la isla Chetnam desde el HMS Beagle revolucionaría por completo los conceptos sobre la adaptación al medio y la supervivencia. Durante finales de marzo y principios de abril comienza la época idónea para visitar las islas y dejarse maravillar tanto por su fauna como por su singular paisaje. Pero el océano pacífico alberga un secreto aun mayor. Situada a más de cuatro mil quinientos kilómetros en línea recta desde Chile, la Isla de Pascua posee uno de los grandes misterios por resolver. En ella, diferentes conjuntos de gigantes estatuas de piedra miran al mar, dando la sensación de custodiar al gran azul. Hasta finales de este mes, en Ahu Tongariki el Sol abraza a estos guardianes al amanecer, regalando una estampa inolvidable a los que decidan ir en busca de este pequeño secreto del Pacífico. Un lugar, al igual que las islas Galápagos, que nos recuerda una vez más la infinidad de lugares mágicos que albergan los océanos. De los que apenas sabemos que hay debajo. A los que debemos cuidar. Pues si no lo hacemos quizá estos paraísos se conviertan en un recuerdo el día de mañana. Y sería una lástima, pues ver el amanecer en Rapa Nui entre sus guardianes es una de esas cosas que debe hacerse, como mínimo, una vez en la vida.