En julio de 1983, en la base antártica Vostok, se registró la temperatura más baja conocida. Los termómetros llegaron hasta los -89,2 ºC. Este registro es el máximo exponente de la hostilidad del continente más recóndito de la tierra. De tamaño inmenso, pero apenas habitado. Muy pocas especies de animales han sido capaces de adaptarse a ello y conviven junto a los investigadores y profesionales que residen permanentemente en las bases científicas. Pero la Antártida parece albergar algún que otro secreto. Sus hielos eternos, muchos de ellos a grandes profundidades, son los testigos del clima de terrestre en otras épocas. Y es posible que, bajo ellos, exista vida.

Bajo el monte Erebus, en la isla de Ross, investigadores de la universidad Waikato de Nueva Zelanda han encontrado muestras que contienen diferentes variedades de ADN. Algunas se asemejan a las de otras especies conocidas en el continente helado, pero otras no. A pesar de desconocer si realmente existe vida en estos secretos rincones los indicios sugieren que es posible y, por tanto, de confirmarlo, se hablaría de un mundo totalmente nuevo.

Uno de los factores que promueve esta hipótesis es que la sensación térmica bajo volcanes como el Erebus ronda los 25 ºC. Este gran acontecimiento no hace más que sumar un nuevo misterio a los muchos que rodean la Antártida. El más carismático de ellos es el correspondiente al lago Vostok. Un lago de agua subglacial protegido por una capa de cuatro kilómetros de hielo que lo ha aislado de la atmósfera terrestre durante más de quince millones de años. Quien sabe qué seres, si es que los hay, habitarán sus profundidades. Quizá nunca descubramos si estas especulaciones son ciertas, pero lo que es innegable es que la enorme crudeza para la vida del último rincón de la tierra va en proporción directa a sus misterios y su belleza.