Las olas de calor de las últimas semanas y, en general, el verano, nos mueven a conversaciones repetidas, pero con matices interesantes. Mi «meteoamigo» de Avamet Toni Bolufer, Meteoxàbia, en una conversación de whatsapp me ha inspirado una buena parte de esta columna. La ola de calor de finales de junio no incidió de lleno en los lugares de España y Europa más habituales, en el Valle del Guadalquivir. Hizo calor allí pero menos que en otras zonas, no sólo con respecto a sus propias medias, sino en valores absolutos. Es precisamente una pequeña bolsa de aire frío instalada allí hace semanas la que impulsa el calor sahariano a otras zonas, y a ellos los mantiene relativamente al margen. Tampoco hizo demasiado calor en esa situación en el sudeste, gracias a los vientos marítimos de un mar mediterráneo relativamente más fresco que otros años y con mínimas francamente agradables, incluso frescas. La segunda ola de calor, la de julio, fue menos mediática porque no afectó tanto al norte y centro de España, pero sí se dejó sentir de lleno en la Comunitat Valenciana, gracias a que los vientos venían recalentados de poniente.

En estas situaciones, gracias a las cada vez más densas redes meteorológicas como la de Avamet, nos ponemos a comparar los efectos locales del relieve y el viento en las temperaturas. Pero a ello hemos le de sumar algo más subjetivo. En invierno, para entender la influencia del viento en la sensación térmica nos hemos inventado el «windchill», porque todos sabemos que no se soporta igual el frío con calmas que con vientos moderados a fuertes. En verano nos hemos inventado el «humidex» y otros coeficientes que pretenden poner en relación la temperatura de los termómetros con la humedad relativa, porque todos sabemos que el calor húmedo puede ser más difícil de soportar que el seco, por sus efectos en la sudoración del cuerpo. No obstante, Toni insiste, en mi opinión con razón, en que sería bueno poner en relación los dos índices porque una sensación de calor elevada por culpa de la humedad puede ser contrarrestada por un viento refrescante que roba calorías al cuerpo, y eso puede pasar en las playas o en determinados lugares bien orientados a las brisas, para desaparecer rápidamente unos pocos metros más adentro, detrás de los privilegiados que viven o veranean en primera línea. A todo ello hemos de sumar toda la subjetividad de cómo sufre el calor cada uno, pero eso lo dejo para otra columna.