Es un secreto a voces, en la Comunidad Valenciana en general llueve poco y mal. En el cómputo global, claro. Ayer la Agencia Estatal de Meteorología se encargó de evidenciar nuestro clima con los datos de lluvia en la ciudad de Alicante a lo largo de 2019. Después de un invierno extremadamente seco, llegó Semana Santa y dejó 176 litros por metro cuadrado. A continuación travesía de nuevo por el desierto, hasta que el miércoles las nubes descargaron 85.4 l/m2. Adiós chiringuitos. En lo que llevamos de año, el observatorio oficial alicantino ha recogido algo más de 297 l/m2, de los que casi el 80 % ha caído en tres días.

El acumulado de hace un par de jornadas no suena demasiado excepcional para los nativos mediterráneos, pero supuso un récord. En los 160 años de observación en Alicante nunca había llovido tanto en un día de verano, según la AEMET. Pues sí, efeméride al canto, aunque es un registro que entra dentro de los patrones normales de este rincón del planeta. Cada vez más recurrente, cierto. Algunos titulares hablaron de gota fría y de otras atribuciones pseudomitológicas que no comparecieron; medió una vaguada y el viento de origen marítimo, que no es poco. No hace falta que haya un embolsamiento de aire frío aislado a unos miles de metros sobre nuestras cabezas, que en esencia es lo que viene a ser una 'gota fría', para que caiga un buen chaparrón. Últimamente de hecho cada vez son más prescindibles las nubes de tormenta.

De un tiempo a esta parte en los círculos de expertos se habla mucho de lluvias cálidas y su relación con el calentamiento global, por su protagonismo creciente. Hacen referencia a episodios de precipitaciones intensas que tienen origen en nubes sin gran desarrollo vertical. Para que se hagan una idea, las nubes de tormenta pueden llegar a alcanzar los 15 kilómetros de altura, pues bien, a estas les basta la mitad de envergadura para inundar pueblos enteros. Como no son muy altas, sus topes no disponen de cristalitos de hielo y, sin la fricción que generan esas partículas, ni siquiera van acompañadas de rayos o granizo. Los aguaceros proceden de 'titanes silenciosos'.

Este tipo de lluvias intensas tienen lugar a finales de verano y en otoño, puesto que requieren de una superficie del mar Mediterráneo cálida, además de un flujo de viento marítimo persistente. Normalmente afectan a zonas litorales que en estas fechas están plagadas de turistas, tal y como sucedió en septiembre de 2008 en Sueca o, más recientemente aunque en menor cuantía, en Gandía. El pasado 13 de agosto cayeron más de 45 l/m2 de sopetón en el observatorio AVAMET (avamet.org) de Escola Pia. Debemos empezar a desmitificar las lluvias torrenciales para planificar nuestros pueblos y ciudades en condiciones. Bienvenidos al clima mediterráneo.