No soy partidario de eslóganes de tinte catastrófico. Mucho menos en cuestiones científicas que se deben a los datos registrados y a la comprobación racional de las hipótesis planteadas. El cambio climático es uno de esos temas que se está prestando desde hace años a titulares llamativos y llenos de dramatismo. No es necesario. Los datos están confirmando cada vez con más rotundidad la hipótesis de cambio climático con efecto invernadero de causa antrópica, esto es, ocasionado por la emisión de gases procedentes de la combustión del petróleo y el carbón, esencialmente. No obstante, la rapidez con la que se van sucediendo los eventos atmosféricos raros, que antes no ocurrían o lo hacían con una frecuencia muy baja, nos lleva a afirmar que el problema se agrava, se acelera. Entramos en fase de emergencia, de necesidad de soluciones concretas y rápidas.

Por tanto, la expresión de emergencia climática que se ha puesto de moda en los últimos meses, empieza a cobrar pleno sentido. La emergencia no afecta sólo a la parte atmosférica, implica a la parte ciudadana y sobre todo política. No podemos quedarnos de brazos cruzados ya, derivando la cuestión a la falta de datos. Disponemos ya de registros de las últimas tres décadas que avalan el incremento de temperatura del aire y del mar, las distorsiones que se están ocasionando en la circulación atmosférica y las alteraciones que se anotan en las precipitaciones. Nuestro litoral mediterráneo es un ejemplo claro de todo esto. No cabe más tardanza. La emergencia climática significa urgencia en las soluciones, porque la causa está clara.