El otoño no solo es popular por la belleza de sus colores, sino por suponer un gran cambio en el estado anímico de la sociedad general. Tras retrasar una hora los relojes de nuestro país a finales del pasado mes comienza a predominar en la sociedad una melancolía colectiva debido a que el día acaba antes y el sol se esconde, evidentemente, a una hora más temprana que en verano. Independientemente del continuo (y necesario) debate sobre el cambio o no de hora, quizá deberíamos tomar como ejemplo a otros países del continente del que formamos parte con el objetivo de experimentar la diferencia entre adaptarnos a las horas solares o no hacerlo. Poseemos ritmos de vida profundamente distintos a nuestros vecinos europeos. Y, aunque poseemos una gran calidad de vida, nunca hemos adaptado las formas de la misma al astro rey. Quizá, como sociedad, deberíamos analizar en conjunto la posibilidad de modificar levemente nuestros horarios adaptándonos a las horas de luz. Comenzar antes nuestras actividades y acabarlas de forma más temprana, pues vamos a contracorriente y mantenemos nuestros horarios veraniegos el resto del año, lo cual, sin duda, nos afecta en el ánimo. En el resto de naciones europeas conviven con nuestra estrella de esta forma. Y se sorprenden al descubrir la forma en la que lo hacemos en España. Quizá sea hora de intentar probar algo nuevo. Quizá, haciéndolo, encontremos una curiosa solución a la melancolía otoñal que nos acompaña estas primeras semanas de cambio.