En los últimos meses la joven activista Greta Thunberg ha inoculado el germen de la sostenibilidad y el respeto por el medioambiente. Eso dicen. De repente, la sociedad ha salido a la calle, sobre todo los más jóvenes, y están empezando a entrar las prisas para paliar un calentamiento global cuyo origen, según la mayor parte de los científicos, está en el ser humano. Como mínimo hemos acentuado la inercia climática, que a lo largo de la historia ha deparado un montón de vaivenes en las temperaturas y lluvias globales. Esto preocupa a muchos países, a nivel político con las leyes, las estrategias y la innovación; pero también social, provocando cambios de hábitos que pasan factura a las empresas privadas, que tratan de alinearse con este boom para no tener fugas de clientes.

En las altas esferas se está viviendo últimamente un ambiente convulso debido a la emergencia climática y las soluciones que se barajan, algunas muy controvertidas. La geoingeniería en los últimos meses se ha puesto en el punto de mira. Aparentemente, está creciendo en la trastienda de Estados Unidos o Europa, generando ya las primeras fricciones. Esta «política oculta» se reveló parcialmente a principios de año en la cuarta Asamblea de Medio Ambiente de las Naciones Unidas, cuando Suiza propuso una resolución sobre la gobernanza en la geoingeniería climática. Hay investigaciones que tienen el objetivo de frenar el calentamiento global interviniendo aún más el sistema climático, modificando la radiación solar que recibe la Tierra o eliminando el carbono, bien con sumideros forestales o máquinas 'succionadoras' de CO2. Algunas de estas alternativas parecen un auténtico despropósito.Al otro lado está la sociedad, cada vez más involucrada con su entorno. Últimamente la gente que premia el esfuerzo ecológico de las empresas está en clara expansión. De un tiempo a esta parte, muchos viajeros están prescindiendo del avión ante la avalancha de noticias que hablan de sus grandes emisiones de carbono. Este nuevo fenómeno ha sido bautizado como flygskam o vergüenza a volar. Las aerolíneas están tratando de convencer a sus clientes con la opción de compensar el carbono de sus vuelos, aunque no todos quedan reconfortados con una simple promesa en un flyer. La compensación implica calcular las emisiones de un viaje o actividad y luego comprar 'créditos' de proyectos que eliminan la cantidad equivalente de gases de efecto invernadero. ¿Cómo? Plantando árboles, que absorben el dióxido de carbono de la atmósfera, o invirtiendo en iniciativas de energía renovable para ahorrar emisiones en el futuro.

Todo esto se tratará en la inminente Cumbre del Clima de Madrid, la COP25. Solo queda esperar que los máximos mandatarios mundiales se pongan de acuerdo para tomar medidas racionales, prescindiendo de compensaciones que suenan a cuento chino. Con estas iniciativas, la tentación de seguir contaminando resultaría inevitable.