El acceso al agua, saneamiento e higiene es un derecho humano y, como tal, las organizaciones supranacionales y los gobiernos deben trabajar por preservarlo a nivel mundial. Sin embargo, en la actualidad hay miles de millones de personas que se enfrentan cada día a enormes dificultades para acceder a los servicios más elementales.

La escasez de recursos hídricos, la mala calidad del agua y el saneamiento inadecuado repercuten en la seguridad alimentaria, los medios de subsistencia y la oportunidad de educación para las familias pobres en todo el mundo. Por lo tanto, lograr un mundo en el que el agua esté libre de impurezas y sea accesible para todos es esencial para ayudar a su desarrollo.

En La Tierra hay suficiente agua dulce para satisfacer las necesidades de la población mundial. El problema, una vez más, está en el reparto no equitativo, que provocará que un 25 % de la población viva en un país afectado por escasez crónica y reiterada de agua dulce en 2050.

Por ello, las Naciones Unidas han señalado este problema como uno de los objetivos estratégicos para poder cumplir con las metas de la Agenda 2030.

Un largo camino por recorrer

Durante la última década, se han hecho grandes avances para aumentar el acceso mundial al agua potable. Desde 1990 hasta la actualidad, el porcentaje de la población que tiene acceso a fuentes de agua potable ha crecido del 76 % al 90 %.

Sin embargo, esto no es suficiente y todavía se deben llevar a cabo muchas mejoras para garantizar el acceso mundial, y seguro, a los servicios más elementales. En la actualidad, la escasez de agua afecta a más del 40 % de la población mundial y 2.400 millones de personas carecen de acceso a los servicios básicos de saneamiento, como retretes o letrinas.

Además, más del 80 % de las aguas residuales derivadas de la actividad humana se vierte en los ríos o en el mar sin ningún tipo de tratamiento, lo que conlleva la contaminación de estos.

Por otro lado, la falta de higiene provoca la muerte por enfermedades diarreicas de cerca de 2 millones de personas cada año y afecta principalmente a los niños y las niñas menores de cinco años, con alrededor de 1.000 muertes al día. Esto se debe, en parte, a que 1.800 millones de personas utilizan una fuente de agua potable contaminada por restos fecales.

Por último, la carencia de agua corriente en determinadas zonas ayuda a fortalecer las desigualdades de género. En el 80 % de los hogares sin acceso a agua corriente, las mujeres y las niñas son las encargadas de recolectarla.

Urgente necesidad de actuar

Una gestión sostenible de los recursos hídricos ayuda a mejorar la producción de alimentos y energía, contribuir al trabajo decente y promover el crecimiento económico. En la actualidad, el 70 % del agua extraída de ríos, lagos y acuíferos se utiliza para el riego.

Según un estudio realizado por el Grupo Banco Mundial, UNICEF y la OMS, la ampliación de los servicios básicos de agua y saneamiento a las poblaciones desatendidas costaría 28.400 millones de dólares anuales hasta 2030 (o el 0,1 % de la producción de los 140 países que integran el informe).

Sin embargo, el coste de no corregir nada sería enorme, tanto para las personas como para la economía. No invertir en agua y saneamiento tendría un impacto económico del 4,3 % del PIB de toda África Subsahariana -el de India se reduce un 6,4 % debido a los costes y las consecuencias de la falta de saneamiento-. Además, si no se mejoran las infraestructuras ni la gestión del agua, seguirán muriendo millones de personas cada año y continuará perdiéndose la biodiversidad de los ecosistemas hídricos.

Por último, la sociedad civil debe exigir que los gobiernos rindan cuentas y desarrollen medidas concretas y comunes que conlleven resultados ventajosos para todos, así como mayor sostenibilidad e integridad de los sistemas humanos y ecológicos.