Todo lo que tiene que ver con el cambio climático causado por el hombre me genera un desasosiego importante. Como se suele decir, en las trincheras no hay agnósticos, solo ateos o creyentes. En el mundo actual, a nivel informativo y social, estamos siempre obligados a decantarnos entre dos opciones y corres el riesgo de ser acusado de equidistante. Cualquier valoración en positivo de una posición sirve para ser defenestrado y acusado de oscuros intereses por la contraria y viceversa. Me pone enfermo ver simplificar la realidad de algo tan complejo como el clima con frases como «se ha llegado a un acuerdo o no para que la temperatura global de la Tierra suba sólo un grado o cuatro» , como si fuera algo que dependiera con alto grado de exactitud de la voluntad humana. O mezclar las muertes en el mundo subdesarrollado por riesgos naturales exclusivamente con el cambio climático o asociar las muertes por contaminación atmosférica y acuática de hombres y otros seres vivos con el tema de marras. El argumento de que hay que ser simplista y catastrofista para ser entendido y concienciar no me sirve. Pero tampoco entiendo posturas negacionistas del «no pasa nada» porque resulta evidente que el modelo económico actual es insostenible desde todo punto de vista y genera muchos problemas al planeta y, sobre todo, a la propia especie humana. Y no quiero hablar de Greta, intocable para unos y personaje manipulado para otros, porque creo que ninguna posición es justa. Sólo creo que la opinión pública merece explicaciones más fundamentadas y menos pasionales que las que dan unos y otros. La cumbre de Madrid me parece un monumental ejercicio de lavado de cara de empresas e instituciones que patrocinan el evento y, por otro lado, cabría preguntar a la sociedad española si de verdad está dispuesta a renunciar a su nivel de vida para proteger el planeta y a ellos mismos.